No muy lejos de casa, Convergència Democràtica de Catalunya, CDC, tiene un local. Ocupa los bajos de un edificio. Ese local no sirve para nada. Quiero decir que no ofrecen charlas políticas, pero tampoco cursos de macramé. Todo el tiempo está cerrado a cal y canto. Por lo visto, no hace falta explicarse ante el ciudadano ni atender a sus demandas para poder gobernar un país. Ya saben: lo peor del servicio público es el público.
Cerrado y todo, el local sufre visitas indeseables. Hace poco, amaneció con todas las vidrieras pintadas en color morado. Los lemas exigían el derecho a decidir, pero no el derecho a decidir que defiende CDC (eufemismo de independencia), sino el derecho a decidir de las mujeres que se enfrentan a un embarazo (eufemismo de aborto). Antes, había amanecido con el escaparate cubierto de pegatinas que exigían responsabilidades por el caso Palau y que mentaban a Millet. Antes, pegatinas contra las retallades y recuerdos al caso ITV. Según parece, existe en mi barrio un grupo que tiene tirria a los convergentes.
Tengo que reconocer que estos ataques me hicieron sonreír. ¡Duro con ellos! pensé. Los ladrones que tanto daño han hecho y están haciendo a los míos no merecen nada mejor que el desprecio. Que les pasen por la cara el latrocinio de la familia Pujol y la sociedad de malfactores con el señor Millet me parece muy bien y que se quede ahí la cosa sabe a poco. No me dí cuenta del pecado que estaba cometiendo con mi silencio cómplice. El daño que cometemos tantos de nosotros, con independencia de nuestro credo político.
Después de muchas pintadas borradas, el local de CDC dio señales de vida. Una mañana amaneció enrejado. Los convergentes se gastaron un buen dinero en blindar su local. Los ataques habían ido a más, les entró miedo e instalaron rejas. Aún así, pueden verlo en la fotografía, los chicos malos del barrio han lanzado pintura roja contra el local, a falta de poder pintar en sus cristales lemas a favor del derecho a decidir (abortar) o recordatorios de la corrupción convergente.
Que un local destinado (presuntamente) a discutir de política sea blanco de violencias es una mala noticia. Tengo que quejarme, no puedo callarme. El silencio, lo sé, es aquiescencia con una práctica que detesto. Echarle pinturas a unos que defienden una idea contraria a la mía es infumable y muestra poca decencia y cobardía. ¿Que no existen argumentos? De sobra, existen. Para dar y regalar. Pero la violencia no es un argumento.
No vale saltarse la ley. Nunca, en democracia. Nunca. Aunque sea CDC el blanco de la violencia, aunque sea ese partido que ojalá tuviera un final pronto, agrio y traumático, aunque ojalá se hundiera y arrastrara consigo sus asquerosos ideales, mi deber es quejarme y protestar, porque no se ejerce la violencia como argumento en democracia y quien la ejerza, que se prepare. El asunto va más allá de la maldad y llega hasta la mala educación, y la educación es (tendría que ser) algo sagrado en democracia.
Maldigo la violencia y el miedo, maldigo a quien echa mano de una cosa o de otra como coacción. No puede ser que uno tenga miedo de expresar qué piensa realmente en democracia (menos, en Cataluña, que es donde vivo y de donde soy). No puede ser que sufra el ostracismo y la agresión de los que piensan diferente. Por eso, recuerdo ahora los ataques que han sufrido los locales de otros partidos políticos, aparte de los sufridos por los locales de CDC de mi barrio.
De un tiempo a esta parte, locales del Partido Popular, del Partit Socialista de Catalunya o de Ciutadans han sufrido ataques. Supongo que puedo sumar a la lista a muchos otros, pero no han aparecido en la prensa. En su mayor parte, sus locales han aparecido embadurnados de pintura y en algunas ocasiones con los cristales apedreados. Desde que andan todos con la murga del derecho a decidir, la tensión ha ido a más y alguna vez se ha llegado a las manos. Por ahora, me dirán, han sido hechos aislados, eufemismo aplicado por todo el mundo para restar importancia a las protestas de los quejicas, si resulta que son adversarios políticos. No recuerdo ninguna condena de las autoridades, ninguna mención, ninguna censura a esos comportamientos tan inconvenientes. Sólo el silencio más escandaloso. Sólo el socarrón gesto que un día compartí, ese ¡Duro con ellos, que se lo han buscado!
Tengo pocos lectores y mi voz no alcanza muy lejos, pero quisiera que me hicieran caso (todo el mundo quiere que le hagan caso, lo sé). Pónganse serios y no toleren la violencia política. Lo único que nos faltaba ahora es tener que andar con miedo por pensar diferente, o simplemente por pensar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario