El 11 de mayo de 1940, Holanda estaba siendo aplastada por la máquina militar de la Alemania nazi. Los holandeses hacían lo que podían, pero sus cazas eran pocos y anticuados. La supremacía aérea alemana era aplastante.
Ese día, el sargento Roos pilotaba un Fokker D XXI con la matrícula 229. Él y dos cazas más escoltaban a dos bombarderos que pretendían volar un puente sobre el Waas que utilizaban las unidades motorizadas alemanas en su avance. Eran lo poco que quedaba de la aviación holandesa.
Todo fue mal desde el principio. Las bombas fallaron el blanco y los holandeses tropezaron con una barrera de antiaéreos y docenas de cazas enemigos. Perdieron un caza y un bombardero y se dispersaron.
El sargento Roos pronto se vio en serios apuros. Tenía en la cola tres cazas Me 110 que iban a por él. El 229 fue alcanzado varias veces y Roos no vio otra salida que lanzarse en paracaídas. Se desabrochó el cinturón de seguridad y desprendió el techo de la carlinga, para poder saltar. He aquí que se produjo un suceso inesperado. Los alemanes estaban tan cerca de su cola que el techo de la carlinga del caza de Roos golpeó el motor de uno de sus perseguidores... y lo derribó. Los cazas alemanes tuvieron que romper la formación para no chocar entre sí.
Mientras el caza alemán se precipitaba hacia el suelo, Roos descubrió que todavía podía manejar el Fokker y corrió a esconderse en una nube. Pero el maltrecho Fokker no daba mucho más de sí y pronto perdió altura. Al salir de la nube se encontró a pocos metros de la cola de uno de sus perseguidores. ¡De poco que no choca contra él! Roos, más por instinto que por sangre fría, disparó una ráfaga de sus ametralladoras... y acertó. Derribó al segundo caza del día.
Entonces, Roos perdió el conocimiento. Corrió el rumor que fue alcanzado por la artillería antiaérea holandesa, que disparaba a todo lo que volaba, pero lo cierto es que el tercer caza alemán lo había visto aparecer de repente en su punto de mira y como había hecho antes Roos, había aprovechado la oportunidad, había disparado y al fin, lo había derribado.
El caso es que Roos salió despedido de la carlinga (recuerden, no llevaba puesto el cinturón de seguridad) y despertó mientras caía y veía acercarse la muerte. Tenía el brazo derecho paralizado, así que, como pudo, tiró de la anilla del paracaídas con la mano izquierda, y le fue de muy poco no espachurrarse contra el suelo.
Lo encontraron muy cerca de los restos de su caza, malherido. Se había roto el brazo derecho, tenía heridas de bala en una pierna y fragmentos de proyectiles de 20 mm en la cabeza y el hombro izquierdo. Pero vivió para contarlo y sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial.
El 22 de junio de 1993, encontraron los restos del Fokker D XXI número 229 del sargento Roos en Nieuwkoop, de casualidad. Hoy puede verse lo que queda del aeroplano en el Stichting Crash Museum de Lisserbroek, que no queda lejos del aeropuerto de Schiphol.
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