Buzos suicidas japoneses (II)


Si se quería un cuerpo de buzos suicidas, se precisaba un aparato que proporcionase oxígeno a los buzos. Si no, ya me explicarán.

Los alemanes habían cedido al Japón la patente de uno de estos aparatos de respiración autónoma. Como hacía recircular el aire, no dejaba una estela de burbujas. Era ideal para que un buzo se aproximara al enemigo sin ser visto. Eso sí, como recirculaba el aire y lo purificaba mediante carbonato cálcico, si uno se sumergía más abajo de diez metros, acababa respirando ácido.

Para que el buzo no flotara, le ataban nueve kilogramos de plomo a los pies. Porque era un traje de buzo, no un vestido de submarinista moderno. Llevaba la mochila con el aparato de respirar alemán a la espalda, el lastre, el casco de bronce con mirillas... Dentro del casco, el buceador podía beber zumos o alimentos líquidos que llevaba consigo gracias a un tubito, y el detalle es interesante, porque los japoneses calculaban que uno de estos buzos podía permanecer entre seis y ocho horas debajo del agua y avanzar hasta dos kilómetros andando... siempre que no se deshidratara por el camino.

El arma del buzo era parecida a la pértiga Nikaku. Al extremo de un mástil de unos tres metros se había instalado una mina de ataque del Tipo 5 modificada, con espoleta de contacto. Eran quince kilogramos de explosivos y una cámara hueca que hacía de cámara de flotación. Podía abrir un buen agujero en la quilla de un buque de desembarco.

La táctica Fukuryu era la siguiente: así que la flota de desembarco enemiga se aproximase a la playa, los buzos saldrían de su escondrijo. Unos, se meterían en el agua caminando desde la playa; otros, habrían esperado escondidos entre los restos de un naufragio, por ejemplo, o avanzarían por una cañería oculta, una especie de boca del alcantarillado, que los llevaría a varios cientos de metros mar adentro. Una vez allí, a unos seis metros de profundidad, un batallón de buzos formaría en tres líneas (tres compañías de 150 buzos cada una de ellas) separadas entre sí unos sesenta metros. Los buzos activarían unas minas convencionales situadas bajo el agua y se apartarían de ellas. Los buques enemigos procurarían evitar esas minas y se meterían justo donde los esperaban los Fukuryu. Entonces comenzaría el ataque.

Los Fukuryu tenían que procurar apartarse de los buzos suicidas más próximos, para evitar morir sin querer cuando éstos se suicidaran debajo de un buque enemigo. En caso de ataque suicida, se consideraba que había suficiente con mantener unos cincuenta metros de distancia entre buzo y buzo.

Se organizaban en secciones de seis buzos, cinco secciones por pelotón y cinco pelotones por compañía. A la que se les acercaba un buque de desembarco enemigo, los buzos se aproximaban a él sujetando la pértiga apuntando hacia arriba, como en la figurita de la fotografía, y cuando la quilla rozaba la mina...

En agosto de 1945, los japoneses ya tenían preparados mil trajes de buzo, pero tenían previsto haber acabado ocho mil en septiembre. En octubre, los Fukuryu sumarían seis mil buzos suicidas, entrenados y dispuestos a todo. La 71.ª Unidad de Ataque Especial (en Yokosuka) contaba, al final de la guerra, con dos batallones de buzos a punto y cuatro más entrenándose, y esperaba contar con cuatro mil buzos para defender la bahía de Tokyo y las playas de Honshu en otoño. Otra unidad Tokko, la 81.ª, pretendía desplegar a mil buzos en Kure y Sasebo. Los planes de la Armada Imperial Japonesa eran muy ambiciosos, pues pretendía que fueran 40.000 los buzos suicidas que defenderían las playas y puertos de Japón antes de final de año. Ahí es nada.

A Dios gracias, los Fukuryu nunca entraron en acción, porque se acabó la guerra antes.

La historia es completamente verídica. Si no me creen a mí, lean The Fukuryu Special Harbor Defense and Underwater Attack Unit - Tokyo Bay (S-91, 1946), un informe de la Misión Técnica de la Marina de los EE.UU. en Japón, que pueden leer aquí mismo.

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