Mas y la bolsa canadiense

Me huelo que Canadá no va muy bien. Hace apenas dos días, la prensa económica anunció que la bolsa canadiense ya llevaba tres días sin pérdidas. El regocijo era notable. Parecía que se trataba de algo excepcional, el final de una pesadilla. De repente, todo se torció, y de la manera más inverosímil.

Muy lejos de Canadá, el presidente de una comunidad autónoma va y desayuna con la prensa extranjera. Los canadienses no saben qué es una comunidad autónoma y la verdad, les importa bien poco. A los periodistas también les importa poco lo que sea una comunidad autónoma, pero hay churros, hay hambre y el sitio es de mucho postín. Acuden todos.

El presidente de esa comunidad autónoma se había trasladado a Madrid para ver un partido de fútbol (una festividad religiosa europea). Si invita a los periodistas a chocolate con churros es porque quiere dárselas de líder presumiendo de inglés. Es la segunda vez en toda su vida que hacía tal cosa; de la primera no se acuerda nadie. Los periodistas le preguntan en castellano.

Habla de fútbol, que es lo que le va, y entonces pierde de vista con quién está reunido. Va el tipo y suelta que no le llega para pagar las nóminas a final de mes, y que suerte que es España la que le paga las deudas, que si no... Deja ir, como quien no quiere la cosa, que sería conveniente depender de la deuda española y no de la catalana, que está al nivel del bono basura, y lo dice con tanto arte y salero que los periodistas extranjeros, todos a una, creen que la región más industrializada de España se ha venido abajo, está arruinada y pide la intervención del Gobierno de España para poder afrontar todas sus deudas antes de final de mes. Es decir, en cinco días. ¡Alarma general! ¡Todos a correr para redactar el artículo! 

A las pocas horas, los sitios web de la prensa extranjera sacaban humo: la administración regional española en general y la catalana en particular piden el rescate de Madrid porque no puede afrontar sus deudas, dicen. España va mal, deducen, peor de lo que nos decían. La prima de riesgo se dispara. Los mercados se tambalean. Todo se va al carajo.

De nada sirven los desmentidos y las aclaraciones. No dijo tal cosa, sino que quiso decir tal otra, se apresuran a precisar desde Barcelona. ¿Cómo que quiso decir...? ¿Cómo sabe uno que no estuvo ahí lo que quiso decir si no lo dijo? En fin, dijo lo que dijo y así lo entendieron todos, no hay vuelta de hoja, y si no dijo lo que dijo, sino que quería decir lo que no dijo, que no era lo que dijo, pues entonces, por favor, que no hubiera dicho nada.

Con todo esto, nuestra imagen roza el ridículo... y los inversores canadienses pierden lo ganado en tres días por culpa de la deuda catalana. No es broma. Quién nos lo iba a decir. En Canadá... ¡Cómo está el patio...!

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