El papa Francisco dará que hablar. Que arregle alguna cosa ya sea fuera o dentro de la iglesia católica será harina de otro costal, que sólo hay que ver cómo está el patio. ¡Eso sí que sería un milagro! Pero, a lo que íbamos, dará que hablar.
El otro día se fue de excursión a Lampedusa. Quizá no sepan dónde está Lampedusa. Es una islita de veinte kilómetros cuadrados. Aún así, es la más grande del archipiélago de las islas Pelagias, a doscientos kilómetros de Sicilia y a cien de Túnez, en medio del Mediterráneo. Aunque es más africana que europea, es parte de Italia. Es un peñasco que, por no tener, no tiene ni fuentes de agua potable.
Como venía diciendo, el papa Paco se nos presenta en Lampedusa y nos echa una bronca a todos, y permítanme añadir que con más razón que un santo. Nos dice que nos hemos convertido en personas insensibles, indiferentes al sufrimiento y dolor ajenos, y nos lo dice en Lampedusa.
Porque Lampedusa es el escenario de un drama cotidiano. Cientos, miles, de emigrantes clandestinos que huyen de la miseria, de la guerra o de la falta de libertad y buscan vivir mejor, en paz y más libres en Europa, pasan por Lampedusa o cerca de ella. Muchos mueren en el viaje, tantos que no llevamos la cuenta y podrían ser tanto mil como treinta mil, qué más da, porque ¿acaso les importa? El Centro di Accoglienza Temporanea (Centro de Acogida Temporal, eufemismo) de la isla ha llegado a reunir a más de seis mil quinientos inmigrantes, cuando en la isla viven cinco mil personas.
No pretendo sacar la bandera del buenrollismo y el panfilismo, ni hacer gala de buenismo, pues no me va el buen rollo, soy tonto, que no pánfilo y no me merezco el nombre de bueno, que no lo soy, pero, ¡demonios!, el papa Francisco tiene razón. Allá mueren personas, allá están jugándose el tipo por culpa nuestra (por culpa de los ricos de este mundo). ¿Podemos arreglarlo? No lo sé. ¿Tenemos que callar? No.
La Iglesia ha sido responsable de muchas tropelías y sigue siéndolo de muchas otras, eso no puede negarse y sobran los ejemplos. Pero una cosa no quita la otra y si va el papa Francisco y dice que (cito) nos hemos acostumbrado al sufrimiento de los otros, no nos afecta, no nos interesa, no es cosa nuestra, y nos lo echa en la cara, bienvenida sea la verdad, venga de donde venga. ¡Al menos lo dice! ¡En voz alta!
Pidamos al Señor que nos de la gracia de llorar por nuestra indiferencia, por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en aquéllos que en el anonimato toman decisiones socioeconómicas a nivel mundial que abren el camino a dramas como éstos. Amén, crean ustedes o no, que esta vez no importa.
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