La extravagante clase M


El M1 en aguas costeras. Observen su cañón de 12 pulgadas.

Los submarinos alcanzaron la mayoría de edad durante la Gran Guerra. Consiguieron suficiente autonomía y tamaño para poder abandonar las aguas costeras y su flotabilidad pasó de un peligroso 10% a más de un 25%. Es decir, pudieron navegar a mar abierto y además dejar de hundirse caprichosamente. Se amplió su espacio interior al situar los tanques de lastre en el exterior de la quilla, se aislaron los gases venenosos y corrosivos de las baterías, se consiguieron motores diésel fiables y se consiguió algo parecido a un buque sumergible, capaz de permanecer hasta doce horas bajo el agua.

Como arma de combate, sin embargo, todavía dejaba mucho que desear. Es cierto que cosechó muchos éxitos imprevistos y que revolucionó la guerra naval, pero los torpedos de 1914 no eran ninguna maravilla. Su cabeza explosiva era tan potente que podía hundir casi cualquier cosa, pero acertar al buque enemigo... Ah, amigo, ahí te quiero ver.

El Almirantazgo británico había redactado un informe donde decía que un torpedo disparado contra un buque en movimiento a más de mil yardas de distancia (que son unos 900 metros) era un torpedo desperdiciado. A decir de los marinos británicos, para darle a un buque con un torpedo uno tenía que echársele prácticamente encima. ¡Qué faena!

En ese momento de desánimo, un marino inglés recordó que se estaban desguazando los acorazados de la clase Formidable. Esos acorazados llevaban cañones Mk. IX de 12 pulgadas (305 mm de calibre). ¿Por qué no montar uno de esos cañoncitos en un submarino?

Lejos de considerar el caso una solemne estupidez, el Almirantazgo aplaudió la idea. El cañón tira más lejos que un torpedo y es más preciso. Además, la munición es más barata. Cierto que un obús de 12 pulgadas no tiene tanto poder destructivo como un torpedo, pero también hace mucho daño. Al principio, se pensó en un submarino-monitor, apto para la defensa costera, pero luego se cambió la idea y se promovió su uso ofensivo.

El cañón provenía de un desguace y el casco, de un submarino inacabado. En efecto, la Royal Navy había cancelado la orden de varios submarinos de la clase K, propulsados por un motor de vapor (sic). El Almirantazgo propuso aprovechar un submarino de la clase K, adaptarlo un poco por aquí, un poco por allá, montarle un par de motores diésel y el cañón y... C'est voilà!

Así nació la clase M. El buque desplazaba 1.594 toneladas en superficie, tenía una eslora de poco más de 90 m y daba 15 nudos en superficie y 8 nudos bajo el agua, gracias a dos motores diésel de 1.200 caballos y a dos motores eléctricos de 800 caballos. Llevaba 62 personas a bordo, un cañón de 12 pulgadas y 50 obuses.

El M1, el arma secreta y definitiva de la Royal Navy.

Se suponía que podía disparar el cañón a profundidad de periscopio. El capitán giraba el periscopio y el cañón giraba con él. Ajustadas las miras, allá donde el capitán ponía el ojo, ponía la bala. Luego ¡pum! Eso sí, para cargar el cañón tenían que subir a la superficie, porque, si no, si uno habría la recámara bajo el agua, entraba el mar por el agujero y comenzaban los apuros. Se tardaban cinco minutos en cargar un nuevo obús.

Se ordenaron cuatro submarinos de la clase M, pero sólo el primero, el M1, pudo servir durante la Primera Guerra Mundial.

Lo de servir es un eufemismo. Después de las pruebas de rigor en alta mar, a cargo de las mejores tripulaciones, la Royal Navy declaró que tenía entre manos un arma magnífica. Tan buena, de hecho, que tenía miedo de emplearla contra el enemigo. Se corrió la voz: si el M1 ataca a los alemanes, éstos quedarán impresionados. La idea del gran cañón a bordo de un submarino es tan buena y original que no tardarán en imitarla. Pronto nos encontraremos con una legión de submarinos alemanes cañoneros. ¡Bastante dolores de cabeza nos dan ya los submarinos torpederos para, encima, tener que luchar contra esta nueva amenaza! Así que, concluyeron, mejor que el M1 se convierta en un arma secreta.

En secreto permaneció toda la guerra, en el puerto de Alejandría, bien lejos de las miradas indiscretas de los espías alemanes y lo más lejos posible de cualquier escenario bélico. Tan bueno era el M1 que no pegó un tiro en toda la guerra.

El M1 se hundió en unas maniobras, en 1925, con toda la tripulación, al ser abordado por un buque carbonero en el Canal de la Mancha. En 1999 se descubrieron sus restos a 72 metros de profundidad.

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