Bravo. ¡Bravo! Jesús Carrasco merece nuestro aplauso y nuestro agradecimiento. Acabamos de leer Intemperie, su opera prima. De ahí los vítores.
No atiendan a razones propias o ajenas. Lean Intemperie. Léanlo, tal cual. Pero ¡léanlo! No se hagan ilusiones ni vayan con ideas preconcebidas. Me han dicho esto, me han dicho lo otro... No, no, no. No lean lo que otros han dicho de él. Léanlo y ya está.
El texto se teje alrededor de una historia simple, la huida de un niño. El escenario ¿es el de una España rural y miserable? Seguramente, pero podría ser el sur de Italia, un desierto mejicano, un lugar caluroso, seco, que ha conocido curas, motocicletas y ferrocarriles. Podría ser tanto Badajoz como Lérida, quiero decir. O un pueblecito en mitad de Calabria. No diré más, no quiero decir más. Descubran el resto ustedes mismos.
Algunos lectores se aminalarán ante el empleo de un lenguaje rico y a veces poético. Rico porque emplea un vocabulario propio del campo que es capaz de apabullar a los cobardes. Bah, no creo que sea necesario acudir al diccionario, aunque les sobrarán razones, si se ponen a ello. El dominio del lenguaje es impresionante y merece una mención especial en nuestra alabanza.
No todo serán virtudes. Para que no se diga, muy tímidamente, pidiendo perdón por adelantado y disculpas después, sólo me atrevería a señalar alguna expresión que quizá no precisaba de tanto lirismo y tanto gongorismo descriptivo, pero si me preguntan, no he dicho nada y ya me está bien así como está.
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