Qué trumpazo (el nuestro)


Ha habido elecciones, no sé si lo sabían.

Como ya sabrán, Donald Trump será el nuevo presidente de los EE.UU. El porqué es confuso y complejo, o muy simple: ha sido el más votado. Podríamos hablar de una crisis que va más allá de la economía, si acaso, y de un votante que vota con la emoción, no con la razón, lo que arruina cualquier modelo político digno de tal nombre. El tema da para mucho.

Lo mejor (que es también lo peor) es la cara que se les ha puesto a los tertulianos de turno. Un buen puñado de ellos oscilan entre el pasmo, el horror, la estupefacción y la incomprensión. Ninguno de ellos se había tomado en serio que esto podía pasar. Pero ha pasado. Otro grupo, menos numeroso, ha reaccionado con rapidez y ha esgrimido lo que pronto será la tónica dominante. Sea cual sea su opinión al respecto, ya presumen de superioridad moral. El ejemplo cundirá y más pronto que tarde será imitado por todos. Tiempo al tiempo, ya verán ustedes. Mañana, la semana que viene, a partir de ahora, los opinadores se llenaran la boca de lo buenos que somos nosotros y lo malo que es Trump. 

No digo que sea bueno, todo lo contrario, pero eso de la superioridad moral no pasa el menor examen. Menos, en Europa. Menos, en casa.

El peinado de Donald Trump pasará a la historia.

De entrada, un asunto menor de la mayor transcendencia: el peinado. El retorcido tupé que oculta a la vista (pero no al entendimiento) la cocorota del presidente de los EE.UU. tiene duros competidores. 

La cortinilla de Anasagasti, insuperable.

Boris Johnson, el Trump capilar británico.

El primero que se me pasa por la cabeza es el peinado que lucía el señor Anasagasti, del PNV, legendario. Pero el señor Mas también retorcía su tupé (y se lo teñía) para ocultar una alopecia creciente; cierto, no es todavía un tupé trumpado, pero va en la línea. Su sucesor, Puigdemont, lleva un flequillo... Del look del señor Aznar podríamos hablar horas. En Podemos se ven coletas y rastas que no vienen a cuento. Etcétera. Si nos vamos de paseo por Europa, comenzando por Berlusconi y su calva menguante y acabando en Boris Johnson, reuniremos un sobrecogedor número de ejemplos de cocorotas falaces y mentirosas, y eso sin entrar a discutir los peinados de las mujeres metidas en política.

Berlusconi: alopecia menguante y vergüenza (la nuestra) creciente.

Pero, en el fondo, quien acusa a Trump de populista/racista/machista/etc. (escojan libremente) y exhibe aires de superioridad moral, aquí, en casa, tendría que morderse la lengua. 

Comencemos por mi patria chica. Tuvimos un presidente del Parlamento de Cataluña (y presidente de honor de ERC) que decía lo que decía de los negros, bien alto y por televisión, y murió sin perder los honores. Un racista, con todas las letras. Otro, éste convergente, sostenía que el pueblo catalán era diferente (i.e., mejor) porque el sustrato geológico del país era diferente (no sé qué del suelo granítico por aquí y el sedimentario por allá) y, como es bien sabido, las energías telúricas forman el carácter de los pueblos (sic) y voy yo y me lo creo. Otro no tenía siquiera título universitario (y se le notaba) y otra aseguró que quien votaba a determinados partidos políticos no era catalán, así, porque lo digo yo, que no los voto, y aquí no pasa nada.

Desde que Pujol formó su primer gobierno, hace más de treinta años, el populismo se ha instalado en la política catalana, nacionalismo mediante. Otro, el caballero. Protagonizó el mayor desfalco financiero de la historia de España (Banca Catalana) y tapó con la bandera una red de clientelismo y corrupción que hoy todavía nos duele. Lo que decía su señora de los moros o los nacidos en Andalucía, en público, no tiene nombre. ¿Y cuántos años votamos a Pujol, compatriotas míos? Y todavía le aplaudimos cuando lo vemos pasar, o todavía se escucha su voz en las cosas patrias y se le consulta, al muy sinvergüenza. No veo, peinado aparte, una sustancial diferencia con Trump... Perdón, sí que la veo: el 3%.

Viktor Orban, primer ministro de Hungría, con la raya en medio.

Strache, líder del nacionalismo austríaco (i.e., de su extrema derecha), que casi gana la presidencia de su país. Eso demuestra que incluso bien peinados son peligrosos.

Es sólo un ejemplo, pero hay muchos más. El partido político que en España esté libre de corrupción o no meta mano en el populismo que tire la primera piedra. Si nos vamos a Europa, el éxito de Trump sigue al triunfo de Berlusconi en Italia y al éxito, poco después, de Beppo Grillo. Italia por un lado, y el Brexit por el otro (con el peinado de Boris Johnson añadido). También tenemos Austria y Hungría, Polonia... En Francia asoma las orejas la peor pesadilla. En Bélgica y Holanda, también en Alemania, partidos nacionalistas (i.e., de extrema derecha) están cobrando demasiada importancia... El votante europeo hace tiempo que ya no vota con la razón, sino dejándose llevar por la emoción (el cabreo) del momento. Pintan bastos y parece mentira que los europeos, que ya hemos sufrido las consecuencias de votar tan malamente en el siglo XX, no hayamos aprendido la lección.

No me vengan con superioridad moral. No existe.

1 comentario:

  1. El ser humano se repite constantemente, sino no hubieran caído imperios.
    Fenicios, egipcios, griegos, romanos...y el nuestro demustran que actuamos siempre igual.
    Cambia el continente, que no el contenido.
    Poder, dinero, sexo ¿qué más da el orden?, somos lo que somos, y temo que fiel reflejo de un Creador que paraba el Sol, como nos dice Josué en el 10:13, para acabar con aquellos que no le adoraban.
    Salut

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