La batalla de los Dardanelos




Mis amigas también me trajeron un cañoncito de recuerdo, que sujeta un llavero decorado con la bandera turca. El cañoncito es un modelo antiguo, diría que anterior al sistema Gibreauval. Sentado en la cureña, lo que parece un soldado turco con un catalejo. O el turco es un pequeñajo o el cañón debe de ser enorme, uno de 32 libras, cuanto menos. Entonces leo en el cañón la inscripción 18 MART 1915. Hay más inscripciones en la cureña, CANAKKALE en la cureña izquierda y CILMEZ en la cureña derecha. Entonces se explica todo, pues el cañón es un recuerdo (anacrónico) de la gran ofensiva naval de la batalla de los Dardanelos.

Uno de pocos movimientos estratégicos de los aliados durante la Primera Guerra Mundial fue intentar tomar al asalto el Estrecho de los Dardanelos. De conseguirlo, se aislaba Turquía de los Balcanes y de sus aliados, se abría un camino hacia Rusia, del que había mucha necesidad, y el enemigo se vería muy apurado por vérselas con un nuevo frente.

Pero el asunto de los Dardanelos acabó como la Guerra de Crimea sesenta años antes: mal.

El cañoncito de juguete recuerda la batalla naval del 18 de marzo de 1915, el Gran Ataque Naval del vicealmirante Sir John de Robeck. Los turcos tenían setenta y dos cañones pesados dispuestos en baterías de costa. También tenían baterías de costa de mentirijillas (que hacían ruido y echaban humo, para despistar), tubos lanzatorpedos y campos de minas. Además, algunas baterías de obuses de seis pulgadas que iban de aquí para allá por la costa. Estos obuses no eran un peligro para los acorazados ingleses, pero sí para los dragaminas, y así les fue.

Los aliados llevaban hostigando las posiciones turcas desde febrero, con mala idea, pero los turcos apenas respondían a los cañonazos y se batían siempre en retirada cuando había un desembarco. Corrió la voz de vérselas con un enemigo débil y se creyó que los acorazados podían forzar el paso del estrecho. Dieciséis acorazados (más dos de reserva), cuatro de ellos franceses, atacarían en tres oleadas para forzar el paso por el estrecho. Detrás aguardaba el cuerpo de ejército de Australia y Nueva Zelanda (ANZAC), por si tenía que tomarse alguna batería a la bayoneta.

El Estrecho de los Dardanelos es precisamente eso, estrecho, y largo, y se puede divisar completamente desde un altozano. Su anchura es de dos millas y media en la entrada, cuatro millas y media donde más y menos de una milla donde menos. Los acorazados tenían que atravesar y limpiar las catorce millas de estrecho que separan el Mar Egeo del Mar de Mármara. Cuentan que la batalla fue precipitada, por razones políticas, y que no hubo tiempo de reconocer el terreno como Dios manda.

El ataque no fue una sorpresa: se lanzó a plena luz del día, un día espléndido y soleado. El 18 de marzo de 1915, decíamos, comenzó la batalla. Los acorazados aliados sumaban ochenta y ocho cañones de más de seis pulgadas de diámetro y reventaron todo lo que encontraron a su paso. Los turcos lo pasaron mal. A primera hora de la tarde, ya habían agotado la munición de sus baterías de costa y los acorazados aliados habían hecho mucho daño aquí y allá. Si de Robeck lanzaba un segundo ataque al día siguiente o cuando fuera, forzaba el paso del estrecho, seguro que lo forzaba.

Pero los aliados también habían sufrido mucho. El acorazado Gaulois había sido alcanzado bajo la línea de flotación y había tenido que retirarse; el Bouvet había chocado contra una mina y se había hundido en apenas dos minutos; el Inflexible también tropezó con una mina, pero tuvo más suerte y pudo ser remolcado a mar abierto; otra mina había dejado al Irresistible al pairo y el Ocean, que había ido a rescatarlo, había saltado por los aires por la misma razón; los dos se hundieron aquella noche; el Suffren también había sido averiado. Tres acorazados al fondo del mar y tres más camino de los astilleros de Malta, averiados. El resto, tocados aquí y allá, maltratados. De Robeck ordenó la retirada, aunque, sin saberlo, había rozado la victoria con la punta de los dedos.

Venían de refuerzo cuatro acorazados ingleses y dos franceses, nuevecitos, más que suficientes para forzar el estrecho, pero se optó por desembarcar y tomar los Dardanelos a la bayoneta, estilo Crimea. No fue mal, fue peor. Se inició la campaña de Gallipoli, que tuvo a medio millón de aliados luchando para nada durante medio año, en un palmo de tierra. La mitad de la tropa causó baja y entre turcos y aliados sumaron más de 135.000 muertos. El gran movimiento estratégico acabó en fiasco y un tal Kemal salvó a Turquía en aquella gran batalla.

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