RBA publica Barra siniestra (Bend Sinister, 1947), de Vladimir Nabokov, traducida por Ferrer Aleu. Ésta es la primera novela en inglés de Nabokov, la primera que escribe en los Estados Unidos, lo que es de por sí un acontecimiento. Sin embargo, no es una novela fácil. A decir de algunos conocedores de la obra de Nabokov, las páginas de este libro esconden un tablero de ajedrez: sus personajes son peones, caballos, álfiles...; cada capítulo describe una jugada; la novela acaba, cómo no, en jaque mate. Yo, qué quieren que les diga, he sido el primer sorprendido cuando he sabido tal cosa, pues ni se me había pasado por la cabeza.
En todo caso, Nabokov se permite el lujo de jugar con el texto y el lenguaje y no me extrañaría nada que eso del ajedrez fuera cierto. Lo que hace con la figura del narrador, por ejemplo, requiere saber escribir, pero también saber leer y comprender que el papel del narrador se cuestiona y se lleva al extremo en varias páginas, y especialmente hacia el final. Escenas oníricas explican la situación real que viven los personajes, o la ponen en contexto; en cambio, lo que de verdad viven estos personajes tiene más de pesadilla o absurdo que cualquier sueño. Nabokov se suelta, que diría más de uno, y pone por escrito diálogos delirantes o declaraciones oficiales más propias de locos que de cuerdos, pero permite que leamos cartas delicadas y poéticas o que contemplemos la triste condición del profesor Krug, el protagonista, con una intensidad que apabulla.
El libro es una sátira crudelísima de los sistemas totalitarios. Algunas páginas mueven a la risa, pero nos cuesta reír, porque vemos el horror y el absurdo. Los americanos quisieron leer una crítica de la tiranía soviética, pero Nabokov niega tal cosa. Nabokov se inspira en el comunismo y el nacionalsocialismo, pero podría haberse inspirado en cualquier otro sistema totalitario para crear a Paduk, el Sapo, el tirano, y su Partido del Hombre Común, de ideología ekwilista. Las páginas donde Nabokov explica qué es el ekwilismo y quién era Paduk son precisamente las más delirantes del texto (más algunas del final), y no podrían ser de otra manera, pues la ideología de los sistemas totalitarios es, per se, profundamente estúpida. Prueba de ello es que se basan en los argumentos de Hegel sobre el Absoluto, pero ésa es otra historia que ahora no viene al caso.
Sólo apuntaré el argumento. Adam Krug, un prestigioso filósofo y profesor universitario, ha perdido a su mujer y queda solo en el mundo con su hijo, David. Mientras tanto, Paduk se hace con el poder y reclama la ayuda del filósofo: quiere que éste se declare abiertamente a favor del ekwilismo. Krug conoce a Paduk: cuando iban al colegio, según sus propias palabras, se sentaba encima del Sapo (así le llamaba entonces) y le ponía el culo en la cara. A partir de aquí, lean ustedes.
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