Lo cierto es que los indígenas andan muy revueltos. La temporada turística no ha sido mala, pero tampoco ha sido como para tirar cohetes. Todo el mundo habla de la crisis (¡aquí también!) y el que suscribe ha visto perroflautas (o vagabundos) durmiendo a la bartola a los pies de la estatua dedicada al Greco, el pintor, que podrían servir como tribu local de indignados, llámense así.
Es que la cosa está mal. El pueblo está lleno de letreros que ofrecen locales en venta o alquiler, y abundan los cadáveres de comercios antaño pijos y hoy cerrados. Eso, en lo privado. En lo público... Fue noticia en la prensa que el Ayuntamiento de Sitges debe, euro más o menos, sesenta y cinco millones, qué fácil es decirlo. La pregunta del millón es ¿cómo? ¿En qué se lo han gastado?
El nuevo alcalde, un tipo que recuerda a Mortadelo (dicho sin ánimo de ofender), tendrá que enfrentarse con un marrón que ya se lo regalo yo a cualquiera, y perdonen ustedes la manera de decir. Derramas voluntarias (sic) sobre la recogida de basuras y retallades (recortes) a diestro y siniestro, porque el pueblo ha vivido de la especulación urbanística y del malgasto público (del cuento, en suma) durante demasiado tiempo.
Corrían rumores sobre las obras... perdón, sobre el destrozo al que están sometiendo al conjunto patrimonial del Cau Ferrat y el Palau Maricel. Decían que el presupuesto del despiece se ha doblado y que las obras se han paralizado, por falta de parné, pero no sé yo si tales noticias son ciertas. Lo que sé es que, visto el percal desde la playa de San Sebastián, se le ponen a uno los pelos de punta al contemplar los andamios y lo que ocultan. Pero ¿qué están haciendo?
Ahora bien, lo que de verdad tenía sobre ascuas a los indígenas era la posible repercusión de la crisis en la Fiesta Mayor. Unos decían que los diables tendrían que desfilar gritando ¡pum! ¡pum! a falta de petardos. Otros, que los fuegos artificiales consistirían en un señor con un megáfono y un aparato de diapositivas, que pasaría el espectáculo de otros años y lo comentaría ante el público reunido. Ya saben: aquí un cohete, aquí una cascada de chispas, aquí una traca, aquí mi señora...
Pero lo que de verdad quitaba el sueño a los indígenas era el asunto del drac.
¿Qué asunto?, pregunté, ajeno a la noticia.
Lo han restaurado. Vete a saber qué han hecho con él, me decían.
No se hablaba de otra cosa.
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