Una de las escenas más escalofriantes de La familia de Pascual Duarte es la muerte del perro a tiros de escopeta. El relato pertenece a la ficción, pero la realidad le da mil vueltas. Hablamos del bruto, patán y cobarde regidor de Torà y de su alcaldesa, que no le va a la zaga.
Lo que ha sucedido se ha publicado en muchos periódicos y los grupos animalistas se están poniendo las botas con la cuestión. Yo no soy animalista ni en broma, si acaso soy animal, digo siempre, pero los personajes de Torà pertenecen al catálogo monstruoso de la España negra y profunda. Son, además, los cargos electos del gobierno municipal de Torá (en catalán, Torà, con la tilde del revés), un pueblecito de la provincia de Lérida y la comarca de la Segarra, que además del núcleo urbano (más de 1.200 habitantes), se había anexionado Llanera, en 1968, y también administra los núcleos de Cellers, Claret, Fontanet, Sant Serni de Llanera y Vallferosa.
Ocurrió hace unos días algo que es lamentablemente frecuente. Apareció en el pueblo un perro abandonado, que vagabundeaba por las calles buscando en la basura algo de comer. En estos casos, el chucho no está de humor para monerías y suele mostrar un carácter irascible. Cuentan que alguien recibió un mordisco por incordiar al can y el asunto llegó a oídos de la alcaldesa de la población, doña Mercè Valls, representante del Estado y la soberanía nacional en el municipio.
Resulta que los diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, incluyendo la policía municipal, se hicieron el sueco y dijeron que eso de los perros no va conmigo. Tuvo que ser la pareja de la Guardia Civil, que todavía existe en algún remoto lugar de Cataluña, la que, después de una difícil operación conjunta de un agente y el otro, capturaron al perro de marras.
Ahora conviene recordar que la Guardia Civil (quien dice la Guardia Civil, dice la policía municipal o los mossos d'esquadra) no tiene más competencia que la de capturar al bicho si supone un peligro, y que correspondía a los servicios de salubridad pública del Ayuntamiento de Torà decidir qué hacer con el animal.
A la pregunta de dónde dejamos al chucho, señora alcaldesa, doña Mercè Valls ordenó que la ataran a un poste en una zona de aparcamiento de la población, en la vía pública, al lado del parque infantil, a la vista de todo el mundo. Allá, abandonado a su suerte, objeto de la curiosidad vecinal, sin nada que llevarse a la boca, comenzó a ladrar.
No sé cuánto tiempo estuvo ladrando, porque los periódicos no dan muchos detalles, pero si sé que se plantaron delante del perro y ante numerosos testigos doña Mercè Valls, la alcaldesa, y don Josep Maria Alsina, primer teniente de alcalde. Éste, el señor Alsina, llevaba consigo una escopeta de caza de tres tiros y un bastón relativamente grueso.
Del señor Alsina ya puedo decir que es un bruto, un patán y un cobarde, sin insultarlo, pues a los hechos y al diccionario me remito. Con una escopeta de caza menor (automática, de tres tiros), en medio de la calle, tiró desde lejos no uno, ni dos, sino tres veces contra el can, acertando todas ellas. Pero como el perro no era una liebre y los perdigones pensados para perdices no matan a un animal de cuarenta kilos, no hizo más que dejarlo malherido. Como no se moría, dejó la escopeta a un lado y echó mano del bastón, y arremetió contra el chucho, bastonazo va, bastonazo viene, hasta reventarlo y dejarlo muerto y bien muerto.
El suceso acaeció delante de la alcaldesa, que lo acompañaba para verificar que el señor Alsina mataba al perro, pero también delante de los vecinos de la población, en plena vía pública. Numerosos niños contemplaron con sus propios ojos la política de gestión sanitaria del gobierno municipal, y puedo afirmar que quedaron asombrados.
La noticia llegó a los periódicos. La alcaldesa dijo, por la mañana, que si querían que dimitiera, dimitía. Por la tarde, apartó al señor Alsina del cargo de teniente de alcalde, pero éste sigue de regidor, armado y dispuesto a salir de caza a la primera oportunidad. De la dimisión ya no se acordaba nadie y la señora Valls dijo digo donde dijo Diego. De ser quien ordenó tirar contra el perro pasó a ser una mujer conmocionada por los hechos. Más bien, digo yo, conmocionada por la publicidad de los hechos.
La ley en Cataluña es muy clara en estos casos. Sólo se dispara contra el animal si las personas corren peligro, en circunstancias muy excepcionales; el animal estaba atado. Puede sacrificarse al animal, por razones sanitarias o para evitarle un sufrimiento innecesario. La señora Valls pudo llamar al veterinario cuando el señor Alsina le propuso dejarse de gilipolleces y meterle un par de tiros al pulgoso. Es más, varias entidades que han puesto una demanda contra ambos personajes en los tribunales, y que cuentan con el beneplácito del fiscal, podrían haber adoptado al chucho y llevárselo a un lugar mejor.
Leyes aparte, la estética se ve insultada y los hechos muestran unos personajes cortos de entendederas, peligrosamente simples y violentos, burros y cobardes, que tienen en sus manos la responsabilidad de gestionar la cosa pública de un municipio.
Ah, se me olvidaba. La señora Mercè Valls i Querol es consejera nacional de Convergència Democràtica de Catalunya, y se la considera una històrica de CiU en la Segarra... aunque sólo tenga cincuenta y un años. El partido guarda silencio, pues no admite, ni oficial ni extraoficialmente, la existencia de una Cataluña pérfida y miserable, ni que sea para combatirla. Menos, en sus filas.
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