Hubo un tiempo en que un personaje con responsabilidades públicas pillado en falta era cesado, destituido, expulsado, despedido, incluso con agravantes. Podía serlo fulminantemente, de manera inmediata, deshonrosa, sin remisión o con pesar, en algún caso. Sin embargo, hoy se estilan otras maneras.
Ahora ha salido una expresión nueva, la liberalización. Por lo visto, es lo que hacen los neoliberales; en honor a su nombre, liberan.
Fíjense en las palabras de don Baudilio, a. Bío Ruiz: He aceptado liberarlo para que haga frente a todos sus problemas, dijo. ¡Cuánta bondad...! Es lo que respondió cuando le preguntaron ayer por la dimisión de don Josep Prat Domènech, hasta ahora presidente del Instituto Catalán de la Salud. Recordemos que, a juicio de don Baudilio, lo único que había alrededor del señor Prat era un conflicto estético. El señor Prat, acusado de feo, ha tenido que soportar ese desprecio durante demasiado tiempo y al final, ha pedido ser liberado.
Pues, menos mal que ha liberado al señor Prat, pero ¡cuánto me hubiera gustado que lo hubiera destituido! Razones no le habrían faltado para ello, don Baudilio. Podría haberse cubierto de gloria con una destitución fulminante, contundente, de ésas que no deja lugar a dudas sobre las razones de la expulsión. ¡No sólo era feo, sino que, además, ladrón! Pero eso ¿no hubiera sido tanto como reconocer su culpa? Porque usted o estaba al tanto o era tonto, fijo.
Por eso, don Baudilio, sólo lamento que lo haya liberado tan tarde. ¡Lo que habrá tenido que sufrir el pobrecito, preso de sus obligaciones y acusado de feo! He aceptado liberarlo..., ha dicho. Pues también podría liberarse usted mismo, don Baudilio, y librarnos a a todos de tanto canalla, ladrón y sinvergüenza, de tanto parásito del sistema de salud pública en Cataluña. ¡Libérelos, por favor! ¡Libérese! Y, señor Mas, ¿no piensa usted liberar a nadie más?
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