Uno de los patrocinadores del tenis de Rafael Nadal, el campeón de Roland Garrós, no gana para disgustos. Se trata de la empresa relojera Richard Mille, que sacó a la venta en 2010 una serie limitada de cincuenta relojes, el RM 027 Nadal Tourbillon. Cada uno de estos relojes cuesta más de medio millón de dólares, que en euros sale un pastón. Nadal luce el peluco en las fiestas de postín, y como es grande y feo, se ve de lejos y se da a conocer.
Resulta que el tenista lleva dos victorias en el Roland Garrós. Las dos veces le han robado el reloj, que había quedado esperando al campeón en la habitación del hotel. En Richard Mille no dicen nada: el robo añade publicidad a la marca, pero la broma cuesta cara.
El RM 027 Nadal Tourbillon ha ganado varios premios de las autoridades suizas y en concursos internacionales. No por bonito, sino porque emplea una tecnología que tira para atrás y se considera que su contribución a la relojería suiza es digna de mérito.
¿Pero qué tecnología ni qué niño muerto, si va a cuerda? ¿Que no se han inventado las pilas?
Sí, es verdad, hay que darle cuerda, pero eso ahora vende, por ecológico y tal. Mejor darle cuerda que gastar pilas, que son malas, malísimas, y están en manos de multinacionales desalmadas que sabotean constantemente la fabricación de relojes de cuerda.
Los relojeros apreciarán que el reloj tiene una complicación...
¡Qué complicación ni qué niño muerto! Lo único complicado es poder pagarlo. Por lo demás, tiene dos manecillas; una señala las horas y la otra, los minutos. ¿Complicado? ¡Quiá!
Eh, sí, los aficionados son muy raros. Pudiendo apreciar la simplicidad, prefieren la complicación, y por eso aprecian que el reloj lleve un tourbillon, que es un mecanismo que gira y se mueve y no sé qué más hace ni para qué sirve, pero es complicado de cojones (perdón) y queda la mar de bien entre tantos engranajes. Además, tiene una espiral de inercia variable, una cuerda de carga rápida, que sale a seis horas por giro de la corona, tornillos de titanio de grado 5 de máxima precisión... La repera. Tiene un depósito... digo, una reserva de marcha de 48 horas.
De su diseño hablaremos otro día. Baste decir que no es pequeño, porque si uno paga más de medio millón de dólares, IVA aparte, por un peluco, querrá que se le note. La caja mide 48 x 39,7 x 11,85 mm. Y, ahí reside toda la gracia del RM 027 Tourbillon Nadal, no pesa casi nada. El calibre (el motor) pesa apenas 3,83 gramos; con caja, unos 13 gramos; con correa y todo, apenas 20 gramos. Es el tourbillon más ligero de la historia. Considerando que un reloj normalito (y más barato) pesa más de 80 gramos y si además funciona puede llegar a los 120 gramos (el tiempo es oro, y el oro pesa lo suyo), el RM 027 Tourbillon Nadal no pesa casi nada.
Richard Mille lo ha conseguido empleando una aleación de titanio y un aluminio aleado con litio, cobre, magnesio y zirconio que llaman lital (marca registrada), que se emplea en raras ocasiones y siempre en el ámbito aeroespacial. Ningún reloj de la competencia puede presumir de pesar tan poco...
...excepto los de plástico a pilas, que se venden a veinte euros y son tanto o más precisos que el RM 027 Tourbillon Nadal. ¡Vaya con el capricho ése!
Pero ¡qué aberración ha dicho, hombre! Como le oiga un aficionado a los relojes... La cuestión es que el RM 027 Tourbillon Nadal es tan ligero, tan ligero, que basta un ladrón para que salga volando.
Lo que hay que ver.
Sí, en efecto, lo que hay que ver.
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