El Departamento de Defensa del Gobierno de los EE.UU. ha hecho pública la lista de bajas en el Ejército, la Armada, el Ejército del Aire y la Infantería de Marina en 2012. En total, suman 313 militares muertos en combate y en misiones de apoyo. En argot militar anglosajón, KIA (killed in action, muerto en acto de servicio).
Sin embargo, la primera causa de muerte entre los militares en activo de los EE.UU. es el suicidio. En 2012 se suicidaron 349 militares en activo. Las frías estadísticas hablan de un incremento en el número de suicidios del 15% en un año. Peor todavía es el caso de los veteranos de guerra. Se ha estimado que se suicidan dieciocho cada día, aunque hay que ir con cuidado al manejarla.
Porque los expertos señalan que detrás de estos suicidios abundan causas habituales: problemas económicos o rupturas sentimentales, por ejemplo. Es cierto que la condición de soldado puede complicar una relación familiar o una hipoteca, como también puede favorecer un suicidio asociado a una lesión o enfermedad. Un soldado sufre más lesiones y heridas graves que el resto de la población, es evidente. Luego llegan causas profesionales, propias de la milicia. Las más habituales son las asociadas al estrés postraumático, al horror de la guerra. Nos cuesta comprender ese horror a los que nunca hemos estado ahí.
Resulta paradójico que la tecnología y la táctica militar más avanzada de hoy día se destine a minimizar el número de bajas propias y que luego los soldados se suiciden.
La opinión pública occidental considera inadmisible una baja propia en una misión de combate. Si muere uno de los nuestros, el gobierno se tambalea; que mueran docenas de enemigos importa bien poco, aunque sean mujeres y niños. ¿Acaso se preocupan ustedes de lo que ahora mismo sucede en Siria, en Sudán, en Mali, en Afganistán...?
Pero el soldado que está al pie del cañón contempla la matanza, si no mata él mismo. Quizá consiga mantenerse más o menos cuerdo después, pero no siempre será así.
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