Eufemismos catalanes (el territorio)


Una escuela filosófica dice que si cambias el nombre de las cosas, cambias las cosas y no vuelven a ser lo que eran cuando se llamaban como al principio. Así, cambiamos la realidad. De esta idea tan extraña nació lo que se conoce como corrección política, donde el adjetivo política se refiere más a la polis griega, al conjunto de la sociedad (parlante) que al oficio de la política. Sin embargo, ha sido en la política donde ha tenido más éxito, donde el eufemismo forma parte del discurso desde antes de la escritura.

En Cataluña, país donde nací y lugar donde resido, la corrección política en política es tan idiota (estúpida) como en cualquier otra parte y ya sea en castellano, ya sea en catalán, incurre en los mismos vicios que la corrección política en política en cualquier otra parte de España. 

Pero hay varios aspectos que convierten su estudio en algo más interesante. En primer lugar, la convivencia de dos idiomas latinos, español y catalán. En segundo lugar, una polémica política centrada en el nacionalismo y una práctica política propia de la derecha, si no de la derechona, durante treinta años seguidos, lo que desmiente que la corrección política sea un lugar común de las izquierdas. Habrá más razones, no las buscaré, pero entre todas ellas dan a luz localismos deliciosos. Hoy toca hablar del territorio.

Catalán del territorio, según la opinión de un meapino.

El territorio es un palabro que abunda cada vez más en el lenguaje político catalán. Se emplea indistintamente en castellano (territorio) o en catalán (territori). Cuando un (político) catalán dice la gent del territori (la gente del territorio) quiere decir, en verdad, la gente de provincias.

Porque Cataluña se divide en dos, una área metropolitana de Barcelona y el resto. La capital y las provincias. La ciudad y el campo. El burgués y el campesino. 

Es una división muy clara y objetiva. Se trata de dos Cataluñas, que se diferencian en su actividad económica, su perfil sociocultural, su ubicación geográfica... Políticamente, un voto barcelonés vale menos que un voto de provincias; en algunos casos, hasta la mitad. El gasto público (pensiones, inversiones en infraestructuras, gastos corrientes, etc.) en las provincias supera ampliamente la recaudación de impuestos en todas ellas. En lenguaje eufemístico catalán, ninguna de ellas sufre déficit fiscal.

En cambio, por cada tres euros de tasas e impuestos que pagan los barceloneses, no regresan ni dos. Tanto el Estado como la Generalidad de Cataluña maltratan económicamente al área metropolitana de Barcelona, y los datos están ahí, a la vista. El famoso déficit fiscal catalán es en verdad y propiamente el déficit del área metropolitana catalana, que es Barcelona y alrededores.

Eso sí, las decisiones políticas y económicas pasan todas por Barcelona. La inmensa mayoría de políticos y empresarios con algo de poder viven en Barcelona y muchos son barceloneses de toda la vida. Los apellidos que mandan en Cataluña (a veces, hasta en España) son de Barcelona; los mismos y los de siempre, los que uno encuentra en los círculos de poder económico y social, ya sea en Òmnium Cultural o en el Círculo Ecuestre, en el palco del Barça, en las páginas de los periódicos; las izquierdas (si acaso, lo que queda de ellas) son barcelonesas y las de verdad provenían del extrarradio urbano. En el campo (territorio, perdón) pasan por izquierdas organizaciones que nunca han sido ni socialistas ni marxistas ni nada parecido, como ERC. La derecha no catalanista (paradójicamente, la que recoge un voto de clase baja proletaria y urbana) sólo triunfa en Barcelona o entre algunos caciques... del territorio.

Meapinos visto por un meapinos.
En el territorio, un meapinos así pasa por maricón (y perdonen ustedes).

Barcelona es, además, una ciudad de provincias que ha tenido éxito. La revolución industrial en España se produjo en esta ciudad, que ha conocido años (no éstos) de gran auge cultural y artístico, donde se vive muy bien (la verdad sea dicha) y que ofrece una muy buena imagen alrededor del mundo. En cambio, Cataluña, como marca y nombre, es casi desconocida en el extranjero y vista desde Barcelona es adonde se va uno de vacaciones, seamos honestos. Qué tiene en común un campesino del secano ilerdense con un hipster barcelonés es prueba más que suficiente para demostrar que el gentilicio catalán (o español, o europeo) es un convencionalismo administrativo, no una realidad social.

Actividades propias del territorio, que un meapinos no comprenderá jamás.

Por eso, la naturaleza humana (y la de Barcelona) nos inclina a ver el mundo desde una perspectiva urbana y considerar cualquier cosa más allá de los primeros peajes de las autopistas algo pueblerino o provinciano, algo... del territorio. Durante las guerras carlistas, Barcelona era liberal y las provincias (el territorio, perdón), carlistas. Hoy, lo mismo, pero en vez de carlistas y liberales pongan etiquetas semejantes que distingan el cosmopolitismo progresista (o la derecha neoliberal) del conservadurismo agrario. ¿Exagero? Es posible, pero es algo que está ahí presente.

El extrarradio de la gran ciudad es algo desconocido e inédito en el territorio.

En cualquier caso, se considera que decir en voz alta de provincias, de pueblo, del campo, etcétera, no resulta amable (y resta votos que valen más que los votos de Barcelona), por mucho que se piense así. Por eso, los políticos catalanes hablan continuamente del territorio. Fíjense:

Hay que contar con la opinión del territorio... El partido hará campaña en el territorio... La gente del territorio se opone a tal cosa... Tal grupo de teatro hará una gira por el territorio... Hasta he oído decir En Cataluña y el territorio. ¡Caramba!

En el fondo, hablan (hablamos) del territorio con desprecio y aires de superioridad típicamente urbanos. Aunque la gente del territorio (de boina, iba a decir) siempre se rifa y burla de la gente de ciudad, a la que llama meapinos (pixapins) y cosas por el estilo.

Se demuestra, una vez más, que el eufemismo territorio no funciona como la teoría de la corrección política dice que tendría que funcionar. Pero resulta ser una singularidad del lenguaje político catalán y como tal, la colecciono, me interesa y divierte.

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