El señor don Pablo Iglesias está en boca de todos. Es la cabeza visible de un partido político que tiene apenas cuatro meses de vida y en las primeras elecciones a las que se presenta ha obtenido casi un 8% de los votos (casi, casi, 1.246.000).
Muchos se preguntan cómo, aunque quizá debieran preguntarse por qué. Lo cierto es que algunos se han puesto de los nervios y le han arrojado a la caballería por encima. Hoy, el señor don Pablo Iglesias ha sido señalado como comunista, radical, populista, comeniños y qué sé yo. ¡Qué poca cintura! Cada vez que un tertuliano de la TDT Party arroja improperios contra el señor Iglesias, le está regalando apoyo popular.
Yo quiero reconocerle un mérito, sin restarle fallos, que de ésos estamos todos sobrados. Ha conseguido poner en el primer plano de la política el problema del paro y la pérdida de derechos sociales que nos ha traído esta política de austeridad y recortes. Existen unos personajes que siguen aplicando esta política, caiga quien caiga, pese a demostrarse sobradamente que no funciona, ¿y nadie los acusa de radicales? ¿Por qué no?
Oh, populismo... Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. En Francia tienen a la señora Le Pen y en España, a ERCiU, y quien se pique, sabrá por qué. Por no hablar de los demás, ya les digo. Prefiero que alguien saque a la luz el problema de la pobreza, el paro y la injusticia social que no a ésos que consideran más importante el color de una cara o una bandera, que vienen a ser los mismos.
Así que felicidades, señor Iglesias. Cuídese mucho y siga llamando la atención sobre lo que duele a todos y no a unos cuántos. Hágalo bien, vaya con cuidado y meta el dedo en la llaga. Aunque quizá no llegue a mandar nunca, se le agradecerá que alce la voz y hable de esto y no de lo otro. Amén.
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