No tenía noticia. El 30 de septiembre ha sido escogido por el Center for Inquiry (http://www.centerforinquiry.net/) y el Council for Secular Humanism (http://www.secularhumanism.org/) como el Día de la Blasfemia. Esa fecha coincide con la de la publicación de las famosas caricaturas de Mahoma en una revista danesa, que provocaron la de Dios es Cristo (perdón). El Día de la Blasfemia tiene una página en Facebook (www.facebook.com/group.php?gid=50200339561) y existe un concurso de blasfemias, por ver quién la dice más gorda. Las bases del concurso permiten utilizar palabrotas y decir guarradas, pero advierten que se valorará mucho más la creatividad, el ingenio y la inteligencia.
Algo tan extraordinario y original forma parte de una campaña por la libertad de expresión (www.centerforinquiry.net/campaign_for_free_expression) que protesta ante los límites que imponen los gobiernos a la hora de mentar la religión. Denuncian la opresión que sufre la crítica y la opinión de cada uno, y el mecanismo que se ofrece a los partidarios del pensamiento único. Surgió tal campaña cuando las Naciones Unidas aprobaron una resolución, la 62/154, que puede leerse en www.undemocracy.com/A-RES-62-154.pdf.
No gustó a los blasfemos la recomendación de perseguir la difamación de la religión. Lo cierto es que el texto se mueve en el terreno de la ambigüedad y el panfilismo, con un aire de impecable corrección política (caca). Si bien es cierto que es repugnante la promoción del racismo, también es cierto que no tendríamos que condenar a nadie por decir lo que piensa. Además, quien se pica, ajos come, y a los impulsores de la resolución me remito, países todos muy tolerantes.
El tema es peliagudo: la libertad de expresión es la madre de todas las libertades, pero ser libre es muy jodido y complicado y así como me río yo de éste, éste puede reírse de mí, y lo segundo duele. ¿Dónde acaba mi derecho a decir lo que me venga en gana? ¿Aquí, allá o en ninguna parte? ¿Podemos criminalizar una blasfemia? Quien dice una blasfemia, dice una opinión cualquiera. ¿Sostener que las ideas de otra persona son gilipollas es delito? ¿Acaso pensar? En algunos países, sí.
Algo tan extraordinario y original forma parte de una campaña por la libertad de expresión (www.centerforinquiry.net/campaign_for_free_expression) que protesta ante los límites que imponen los gobiernos a la hora de mentar la religión. Denuncian la opresión que sufre la crítica y la opinión de cada uno, y el mecanismo que se ofrece a los partidarios del pensamiento único. Surgió tal campaña cuando las Naciones Unidas aprobaron una resolución, la 62/154, que puede leerse en www.undemocracy.com/A-RES-62-154.pdf.
No gustó a los blasfemos la recomendación de perseguir la difamación de la religión. Lo cierto es que el texto se mueve en el terreno de la ambigüedad y el panfilismo, con un aire de impecable corrección política (caca). Si bien es cierto que es repugnante la promoción del racismo, también es cierto que no tendríamos que condenar a nadie por decir lo que piensa. Además, quien se pica, ajos come, y a los impulsores de la resolución me remito, países todos muy tolerantes.
El tema es peliagudo: la libertad de expresión es la madre de todas las libertades, pero ser libre es muy jodido y complicado y así como me río yo de éste, éste puede reírse de mí, y lo segundo duele. ¿Dónde acaba mi derecho a decir lo que me venga en gana? ¿Aquí, allá o en ninguna parte? ¿Podemos criminalizar una blasfemia? Quien dice una blasfemia, dice una opinión cualquiera. ¿Sostener que las ideas de otra persona son gilipollas es delito? ¿Acaso pensar? En algunos países, sí.
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