El prisionero de Zenda


Corren los tiempos de la reina Victoria y el canciller Bismarck. Un rey tiene dos hijos: el mayor, con la mujer que ama; el menor, con la reina. El mayor tiene una clara visión política; el menor, etílica. Muerto el rey, viva el rey, y se prepara todo el reino para la coronación de Rudolf V, el que le da a la botella. Michael el Negro, el hermano mayor, procurando por el bien del reino, pues no existe político que no excuse su ambición con el bien público, urde un plan para arrebatarle el trono a Rudolf. Le droga el vino y Rudolf queda indispuesto. Michael cree que podrá entonces reclamar lo que le pertenece y hacerse con el trono, el reino y la novia consorte, una mujer bella y tonta, presta a ser madre de futuros reyes mande quien mande, pues su función no es más que reproductora.

Pero surgen imprevistos. El primero, un primo lejanísimo de Rudolf, un inglés, que se le parece casi exactamente. El inglés suplantará al rey justo en el momento más inoportuno. El segundo, la amante de Michael, una francesa que se toma el amor demasiado en serio y decide traicionarle, chivándose de todo al inglés. El tercero, que todo se complica cuando se descubre que Rudolf está prisionero en Zenda, custodiado por el conde Rupert von Hentzau, un caballero mujeriego, canalla y espadachín, un sinvergüenza que no tiene salida en la corte de mojigatos del reino.

Así sólo resta esperar que el inglés y el conde de Hentzau se enfrenten sable en mano, al final de la película. Que la princesa tonta se enamore del inglés y el inglés de la princesa tonta es el principal inconveniente del público y del partido del rey, pero no hay que preocuparse, porque el cinismo del conde de Hentzau prevalecerá en la memoria. Odio que me mientan las mujeres, nunca lo han hecho, siempre les he mentido yo, nos dirá el conde, mientras seduce a la amante de Michael el Negro.

Éste es el resumen de El prisionero de Zenda, un folletín del que se han hecho algunas versiones cinematográficas. Hollywood nos obsequiará con una lluvia de estrellas y unos decorados en el más puro estilo hortera en cada una de sus versiones. La de 1937, por cierto, es una de las mejores. El inglés será Ronald Colman y el conde de Hentzau, Douglas Fairbanks Jr., ni más ni menos. Los dos están ya creciditos, a punto de ser sustituidos por Errol Flynn, pero dan lo mejor de sí en una película que resume todo el argumento en una hora y treinta y seis minutos, recién publicados en DVD. Por cierto, quien no resume bien el argumento es el que ha escrito el texto de la caja del DVD, que confunde al conde con el hermano bastardo, ahí es nada, y se hace un lío que para qué contar.

Y yo, qué quieren que les diga, me quedo con el malo de la función, Rupert von Hentzau, ahora y siempre.

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