El problema irresoluble

Si enfrentamos a los filósofos más famosos de la historia con un problema irresoluble...

Heráclito: Veamos si cambia el problema.
Parménides: No veo que cambie.
Sócrates: Yo más bien os preguntaría cuál es la solución del problema.
Platón: No tengo ni idea.
Aristóteles: Tiene que existir al menos una solución en potencia.
Epicuro: Intentemos resolverlo después de la siesta.
Escuela estoica: El problema seguirá ahí después y no desaparecerá. Hay que resignarse a vivir con el peso de la incógnita.
Escuela cínica: Pues, no me vengas con problemas, que me tapas el sol.
Escuela neoplatónica: Aún así, sigo sin tener ni idea.
San Pablo: Hay que creer en la solución y tener fe.
San Agustín: Dirás que hay que buscar una solución y tener fe.
Santo Tomás de Aquino: A mí se me ocurren unas cuantas vías para intentar resolverlo.
Guillermo de Occam: Sí, pero busquemos la solución más simple.
Bacon: Mejor será buscar un problema análogo y probar con un experimento.
San Tomás Moro: Aunque es posible que la solución sea una utopía.
Maquiavelo: Entonces hay que procurar que otro intente resolverlo, no se vuelva contra nosotros.
Montaigne: Me recuerda esa vez que estuve de viaje...
Pascal: Por si acaso, hay que tener fe, aunque no venga a cuento.
Descartes: ¡Un momento! Ahora que pienso...
Leibniz: Podríamos desmenuzar el problema en una serie de partículas elementales y luego integrarlas.
Spinoza: Sería inútil, porque la sustancia de este problema es que existe; es, pues, real; y ya sabemos que la realidad es causa de sí misma y a la vez de todas las cosas, porque si no existiera la realidad, no podría ser real, y por lo tanto, existe por sí misma. Como lo único que existe por sí mismo es Dios, de ahí deduzco que lo real es Dios, y como lo real es la naturaleza, la naturaleza es lo mismo que Dios, porque sólo Dios existe por sí mismo, y eso quiere decir que Dios y lo que Dios ha hecho, el mundo, y dentro del mundo, este problema, eso, decía, son una y la misma cosa, una realidad indisoluble e idéntica a sí misma. La solución es, pues, Dios.
Hobbes: Menos cuento, y que sea lo que diga el Estado, que para algo está.
Locke: Seamos razonables: tendríamos que aprender a resolver este problema.
Hume: Pero sólo podremos resolverlo si percibimos una solución.
Diderot: Ya os diré yo cuál es la solución... Parbleau! ¡No viene en la Enciclopedia!
D'Alembert: ¡Es cierto, no viene!
Voltaire: Que no cunda el pánico...
Rousseau: Ya decía yo que la sociedad de la Enciclopedia no podía ser buena.
Kant: Seamos prácticos. Una cosa es el problema en sí y otra es la manifestación del problema. Hagamos lo que hay que hacer y ya se resolverá.
Hegel: Es lo que estaba a punto de decir: como el problema parece contradictorio en su manifestación, que no en su esencia, lo mejor será dialogar sobre ello, defender una tesis, la contraria, proceder a una síntesis y avanzar así, históricamente, hacia una unidad de destino que será la solución absoluta de esta cuestión, una vez sublimada su esencia.
La escuela Romántica alemana: Ah, sí, qué emocionante.
Marx: Pronto verías que el problema está alienado de su solución porque ésta se ha apropiado del rendimiento del trabajo de quien lo ha planteado.
Schopenhauer: Lo mejor será no hacer nada.
Nietzsche: Dile a Spinoza que Dios ha muerto y no puede ser la solución.
El primer Wittgenstein: En tal caso, el problema no tiene sentido.
El segundo Wittgenstein: Aunque podría tenerlo si le damos un uso.
Husserl: ¡Eres un fenómeno!
Heidegger: Un uso... ¡Tuvo que ocurrírsele a un judío...!
La Escuela de Frankfurt: En todo caso, es evidente que afirmar que estamos progresando en la resolución de este problema es un mito.
Habermas: Propongo que nos reunamos todos para opinar sobre este asunto y consensuar una solución en la que todos podamos estar de acuerdo.
Derrida: Lo que hay que hacer, más bien, es hacerlo pedacitos y juntarlos luego de cualquier otra manera, por ver qué pasa.
Freud: Pues, yo le veo forma de falo.
Lacan: Yo también, y muy grande.
Foucault: Eso es porque el enunciado de este problema depende de las condiciones en las que se da el discurso que lo define. Así que, Lacan, deja los estupefacientes o te harás daño.
Sartre: ¡Hay que elegir una solución entre tantas posibles...! Me da náuseas.
Lévi-Strauss: ¿Y si probáramos con la estructura del lenguaje del enunciado?
Popper: En todo caso, nunca podremos estar seguros de haber dado con una solución.
La escuela post-moderna: ¿Y si lo enunciáramos del revés?

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