La Real Academia de la Lengua Española acepta guiri como turista extranjero, aunque especifica que es un término coloquial. Resulta curioso que en la India y el Paquistán, ghauri significa más o menos lo mismo, como gâvur en turco o gaouri en árabe. Pero el diccionario de la RAE, y los diccionarios consultados de hindí, turco y árabe, se quedan cortos, pues el guiri es algo más que eso: es un caso digno de estudio.
Los guiris, contrariamente a lo que se cree, viajan en grupos pequeños, pero se agrupan naturalmente en algunas partes de la ciudad, como si buscasen la cercanía de alguien conocido. Cuando la agrupación excede cierto número, se forma una horda de guiris, que se desplaza a otro punto de la ciudad. El rumor de chanclas, el rubor de pálidas pieles, el sudor de exhaustos visitantes y el hedor de cremas bronceadoras anuncia el paso de una horda de guiris de una hora lejos. Además, lo dicho: la ciudad yace abandonada y desierta, pero podríamos señalar en un mapa dónde encontrar hordas de guiris, y seguir su recorrido sin equivocarnos medio palmo aquí o allá. Los indígenas saben reconocer esas rutas por la cantidad de tiendas de paquistaníes que venden muñecas flamencas y camisetas del Barça.
Si antaño fueron los hunos, o los otros, los godos, ostrogodos, visigodos y compañía, hoy son los incomprensibles turistas en sus razzie de verano los que perturban la paz y el sosiego de los pueblos de tradición latina. Así, de entrada, los guiris no visten uniforme, pero visten con uniformidad: sombrero mejicano (en verdad, un sombrero propio de la huerta murciana), camiseta del Barça recién adquirida, pero que parece diez años vieja, pantalón corto, chanclas... Lo mismo podemos decir de su equipo: una cámara fotográfica, un mapa de Barcelona que regalan en el Corte Inglés, a veces un botellín de agua a precio de güisqui.
Los guiris aparecen a principios de verano, pero es en julio y agosto cuando migran en masa hacia el sur y aparecen en nuestra casa. Deducimos que la migración es cansina, porque el guiri suele parecer sofocado o exhausto, de día o de noche. Ya no es el guerrero de antaño, vigoroso y preñador, que aportó sangre nueva a la agostada sangre de Roma. No se aprecian Arminios, Alaricos o Segismundos, apenas Wambas, entre las hordas de guiris. Es cierto que el guiri moderno busca lo que el bárbaro de antaño, alcohol, sexo, playa, no se sabe exactamente en qué orden, pero ya no fertiliza las hembras indígenas y paga por lo que consume precios sin mesura. Si antes arrasaba, ahora es arrasado a veinte euros el plato de paella de bote. El guiri cae en la emboscada de una industria llamada turismo, y regresa esquilmado a su tierra, con la mente confusa y la piel achicharrada.
El indígena, especialmente el indígena macho, ha crecido con los cuentos de sus mayores sobre las suecas, una especie de guiri legendaria, que dudamos que haya existido jamás. Fruto de esta selecta educación, el guiri, especialmente el guiri hembra, es ahora presa de depredadores latinos, porque la carne de guiri es carne exótica y apreciada, y se practica con ella el si te he visto, no me acuerdo, que libera de tantas obligaciones y compromisos. Es fácil distinguir una guiri hembra en una discoteca, por el número de depredadores que la acechan... sin demasiado éxito.
Porque uno puede pensar que el antaño preñador ahora ruega ser preñado, pero, en honor a la verdad, la mayoría de guiris fornican entre sí, y el fornicio con indígenas se considera un asunto arriesgado o la consecuencia de una involuntaria intoxicación etílica. Eso sí, cae una guiri y parecen cientos, porque es tanta la publicidad que se da al caso, y tales los relatos que pasan de macho a macho indígena, que la leyenda de la guiri accesible y pavorosamente dispuesta a todo no desaparece ni creemos que vaya a desaparecer jamás... por ahora.
Dejando a un lado los rituales de apareamiento, quedan rasgos sociales singulares por conocer. Todos los guiris comparte un grito de guerra, por ejemplo. Véase una horda guiri cualquiera y se la verá exclamar Godí! Godí! ante cualquier edificio con sombras de modernismo.
Eso nos lleva a examinar el gran misterio guiri. No es éste el porqué de su migración estacional, que se explica por la fotosensibilidad cutánea y sus efectos en la segregación de hormonas neuromotrices, sino la lengua guiri. Porque un rango distintivo del guiri auténtico es que no se entiende lo que dice. Sencillamente, los guiris no saben hablar inglés. Especialmente, los guiris ingleses. Prueba de ello es que ya puede uno tener el firsertifiqueit o el profisiensi, que no entiende nada de lo que le cuenta un guiri que se las da de saber inglés. Si el guiri practica el español, sus preguntas resultarán también incomprensibles. Si uno ha estudiado francés, comprobará que el guiri tampoco lo habla correctamente. ¿Alemán? ¿Japonés? Lo mismo. El guiri no habla nada que se conozca.
El italiano... Hay quien sostiene que el guiri auténtico no es italiano, aunque el napolitano y otros dialectos itálicos no los entiende ni la madre que los parió, y perdonen ustedes. Por eso el italiano del sur habla por signos. Pero del turista italiano hablaremos otro día, porque se discute si es guiri o no lo es con mucha pasión y poco seso.
Decía que el idioma guiri es esencialmente incomprensible si uno emplea una lengua civilizada, culta y rica como el español, el catalán o el catañol (el catalán de Barcelona), o si uno emplea de forma correcta y simple cualquiera de las lenguas que conforman a nuestra madre Europa. La cuestión es: ¿cómo se entienden los guiris entre sí?
Por signos, quizá. Mediante onomatopeyas guturales, como las ballenas. Posiblemente, por el rastro químico de las feromonas y los bronceadores, como las hormigas. Quién sabe, porque no tenemos ni idea. Y de repente, sin más, un día desaparecen. Hasta el año que viene. Y nos hemos quedado con el misterio sin resolver.
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