Los que se llaman a sí mismo laicos, por ejemplo, hablan de la cantidad de dinero público que nos cuesta el fiestorro de los neo-cumbayás de la JMJ. Unos cincuenta millones de euros, tirando por lo bajo.
Hay que señalar que laico lo es todo el que no esté sujeto a los votos del sacerdocio o de un convento; yo, por ejemplo, soy laico y ellos, la mayoría, también. Quizá defiendan un Estado laico, el que mantiene su independencia de cualquier sistema religioso; es lo propio en un sistema político abierto, de un Estado de Derecho y democrático. Reivindicarlo no es sólo justo, es necesario.
Ahora bien, éstos que se oponen al gasto público de la visita del Obispo de Roma parecen más anticlericales que defensores del laicismo, y no tengo nada que objetar ni censurar, porque el anticlericalismo es un sentimiento muy arraigado en la tradición de los países más católicos (sólo hay que leer a Cervantes o Maquiavelo) y tiene sus razones. Pero censuro, eso sí, el mal uso del diccionario. Un laico no es un comecuras, y esto vale para los dos bandos.
También añado, con ánimos de fastidiar, que el gasto de dinero público que supone el fútbol suma cada año varias visitas de Benito XVI: policías, horarios especiales del transporte público, desórdenes en las calles y plazas por culpa del balompié, celebraciones multitudinarias... Las famosas seis copas del Barça nos costaron bastante más que la visita del Papa. Todo este gasto sin contar los millones que pagan las televisiones públicas (TV3, por ejemplo) por el fútbol; sin considerar, tampoco, el suplicio de la intoxicación futbolera de cada telediario. Imagínense qué tormento para un ateo balompédico como yo mismo mismamente, el tormento, decía, que supone ese rumor constante de balones y analfabetos exaltados.
De los jotaemejotas propiamente dichos poco hay que decir. Me fascinan las monjitas bailando disco y el candor de las jovencitas, que les da un punto de interés del que ya gozaron en sus días don Juan y don Giacomo (Casanova). Lo cierto es que sólo se me ocurre la palabra candor para hablar de ellos (y de ellas), aunque es bien sabido que los adolescentes acuden en masa a estas juergas para ligar entre sí. Se supone que no van más allá del amor platónico, si no hay sacramento de por medio, pero resolver este enigma, si pueden ir más allá o se conformanrán con calenturas, es algo que atrae a muchos.
Un servidor de ustedes, que fue educado en los misterios de la religión por antiguos jesuitas, de ésos que tenían un papa negro y hacían la revolución por su cuenta y riesgo, se lleva las manos a la cabeza cuando escucha los argumentos de presuntos universitarios sobre cuestiones de actualidad. No me escandalizan tanto por lo que creen o dejan de creer (que cada uno crea lo que quiera), sino por la calidad de su argumentación. ¿De verdad que nuestros universitarios no dan para más?
A mí, de verdad, los que me suben la mosca a la nariz son los vaticanistas, vamos a llamarlos así, por llamarlos de alguna manera. Son más papistas que el Papa. Toman algunos canales de televisión y se muestran intolerantes con cualquiera que no sea católico, apostólico, romano y olé. Poco más o menos, cualquiera que se muestre no ya contrario, sino indiferente a la visita del Papa merece la condenación y el fuego eterno, el llanto y crujir de dientes y una severa censura en una tertulia amenizada por exabruptos y discursos paranoicos. Confunden el laicismo con la persecución religiosa y se llevan las manos a la cabeza cuando se legisla el divorcio, pongamos por caso. Bueno, ¡nadie les obliga a divorciarse!
Estos personajes también forman parte de la tradición de los países católicos, tanto como los comecuras. Forman un núcleo de creyentes fanáticos que confunden lo que es del César con lo que es de Dios, siempre a su favor, naturalmente. Sus argumentos no tienen nada de argumentos, porque son superficiales y dogmáticos. Etcétera. Ah, que no se me olvide: ven escándalos por todas partes, porque se mueren de ganas de atar a los que no piensan como ellos a ruedas de molino. Ya saben ustedes quiénes son y no merecen más letras.
Perdón, puede que sí que las merezcan. En Cataluña corre la creencia que este vaticanismo es madrileño, es decir, español, es decir, ajeno a nuestra patria.
¿Ajeno? ¡Vamos, anda allá...! Comenzando por don Jordi Pujol y acabando con el movimiento e-cristians, tanto los movimientos catalanistas como el poder en Cataluña se distinguen por una significativa y definitiva carcunda (véase el diccionario y el origen etimológico de la palabra).
Por eso, no se ha dudado nada en promover un tremendo escándalo que afecta muy especialmente al putañero calvo (a las declaraciones no contestadas de un parlamentario de SI me refiero para clasificarlo como tal), don Josep Antoni Duran i Lleida. Este caballero, dejando a un lado sus prácticas sexuales (muy católicas en el sentido de universales, me atengo al testimonio del diputado antes mencionado), este caballero, decía, es uno de los máximos exponentes de la carcunda ideológica de CiU. Alguno dirá que no es la carcunda de CiU, sino sólo la carcunda de Unió Democràtica de Catalunya (UDC), pero yo responderé que esta carcunda se reparte entre los dos socios del bipartito con generosidad. A las pruebas me remito.
Hablábamos del escándalo que afecta al señor Duran, que él mismo se ha preocupado de anunciar en la prensa. El ínclito señor Duran se ha sentido ninguneado por el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, el señor Rouco Varela, pues éste no le ha conseguido una audiencia con el Santo Padre. Quería entrevistarse a solas con él (para explicarle lo que tiene que hacer, supongo), pero el malvado arzobispo madrileño, movido por esa mala leche que gastan en los Madriles, se lo ha impedido.
Con un cabreo de padre y señor mío, el señor Duran ha acudido a la prensa para exponer la humillación a la que ha sido sometido. Poco caso le han hecho en los papeles, pues la queja se publica apenas como una nota al pie de página. En TV3, sin embargo, responden a la voz de su amo y el insulto aparece en los titulares. Aunque, todo sea dicho, los periodistas estaban muchísimo más interesados en un personaje que contribuye al espectáculo futbolístico metiéndole el dedo en el ojo a uno que pasaba por allí, al que luego ha acusado de nenaza en rueda de prensa. Como ese gesto es fútbol en estado puro, el señor Duran ya puede quejarse en arameo, si quiere, que su santo martirio no resaltará por encima del gesto de ese tal Mourinho, que es más listo que el hambre cuando se trata de llamar la atención.
Así, pues, chincha y rabia, Duran, porque suma el escándalo del ninguneo al escándalo de que nadie te hace caso... si no es para tomarte el pelo. Ahora bien, puedes probar a ver si uno del PSC te mete el dedo en el ojo, o se lo metes tú a él, que seguro que funciona si quieres chupar cámara.
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