Sitges, de catástrofe en catástrofe


No lo supe hasta hace pocos días, pero Sitges es la población de Cataluña donde más catástrofes ocurren. Simuladas, he de añadir. 

Es un dato prácticamente desconocido, pero Protección Civil, la Policía, la Guardia Civil, los Mossos d'Esquadra, los Bomberos, Rescate Marítimo, la Cruz Roja y ya puestos, las Hermanitas de la Caridad simulan catástrofes continuamente en la Blanca Subur. Ahora, un incendio; ahora, un crucero cargado de turistas que se va a pique; ahora, un atentado terroristas; ahora, una epidemia mortífera... De hecatombe en hecatombe, Sitges se ha hecho un nombre entre los expertos en catástrofes de todo tipo.

¿Por qué? La respuesta no me tranquiliza. Dicen los expertos en catástrofes que Sitges es un escenario ideal. Tiene un buen clima, con la autopista y la RENFE es además, accesible, tiene puerto, playas, el macizo del Garraf... Lo tiene todo para simular cómodamente cualquier catástrofe que uno pretenda simular. Hasta un mal gobierno, añade con guasa un caballero opuesto al actual gobierno, que prefiere permanecer en el anonimato. ¡No sea malo, hombre! 

Después de la simulación, con disimulo, unas copas, la playita, lo que se tercie. Qué bien que se está aquí, chicos. La próxima vez, repetimos. ¿Qué será? ¿Un accidente de aviación? Mejor una fuga radioactiva, que mola mucho, con esos trajes como de astronauta y las cajitas que hacen bip, bip, bip. Vale.

Pero, la verdad, si simulan catástrofes en Sitges porque es todo tan cómodo y tan bonito, ¿qué pasará el día que, Dios nos libre, suceda una catástrofe de verdad en un lugar feo, inaccesible, un día de lluvia? Los señores encargados de apechugar con el suceso, tan mal acostumbrados, ¿darán la talla? Ojalá, pero si los criterios para escoger Sitges han sido los mencionados, que Dios nos pille confesados.

Hace muchos años que Sitges soporta toda clase de catástrofes.

En fin, cosas de la prevención. Pero además de las catástrofes simuladas por las autoridades, también constan catástrofes cinematográficas. El Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges (me gusta llamarlo así) se anuncia con un gorila gigante desembarcando en la playa de la Fragata, a los pies de la iglesia de San Bartolome y Santa Tecla. Desde hace poco, además, la población sufre una invasión de zombis que coincide con el festival. Además, los anuncios del evento han reproducido Sitges postapocalípticos y en las pantallas de cine han sobrado desgracias para dar y repartir. Lo de las catástrofes en Sitges hace tiempo que ya es el pan de cada día así que llega otoño.

Sitges cocacolero, con chiringuitos con letreros en inglés que venden salchichas.

Los últimos en simular una catástrofe en Sitges han sido los publicistas de Coca-Cola. Con el follón de los cierres de plantas embotelladoras y los ERE tumbados por los tribunales, a los que sumar un maltrato y un desprecio por los trabajadores bastante indecente, Coca-Cola se ha ganado a pulso una mala fama entre el personal. No es la primera vez y los directivos saben que ya se nos pasará, porque tenemos poca memoria. Pero, por si acaso, se ha exigido un esfuerzo publicitario para superar el mal trago. Han cambiado el envase, los colores, se han lanzado a por todas para intentar que la marca vuelva a ser la sonrisa de la vida. ¿Y dónde mejor que Sitges para transmitir ese mensaje optimista?

Un caballero tratando de olvidar sus penas donde las salchichas.
En vez de darle al güisqui, opta por una coca-cola.

Después de varios anuncios en los últimos meses en los que Sitges aparecía como plató cinematográfico, Coca-Cola se decidió a llenar el Paseo Marítimo de tenderetes con nombres ingleses (el anuncio se podría emitir en todo el mundo, mejor internacionalizarlo). Acto seguido, se puso a simular un encadenamiento de desgracias, cada una mayor que la anterior, que sólo un botellín de Coca-Cola es capaz de remediar. Acaba con un meteorito espachurrándose en la playa y con algo más gordo (que no sabemos qué es) echándose encima de la Blanca Subur. Aunque, leído de otro modo, parece la historia de un botellín maldito y de mal fario. La verdad, cada vez que ahora veo una de esas botellas pienso en la que me va a caer encima.

Yo solía tomar el sol aquí mismo mismamente y mira tú qué desgracia.

En fin, Sitges ha hecho de la catástrofe un negocio y una señal de identidad. ¡Quién lo iba a decir!


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