Que la Santa Madre Iglesia esté metida en asuntos turbios, mezclando sexo y dinero, es algo que forma parte de la tradición romana, no tiene por qué asombrarnos. Que los banqueros sean ladrones y sinvergüenzas, se da por supuesto, y que los promotores inmobiliarios formen una mafia de delincuentes, también. Que la clase política la forman personas mediocres e insignificantes, débiles de entendederas, ebrias de poder, soberbias hasta el insulto, carentes de ética y moralmente inaceptables nos duele, pero viendo quién nos manda, podríamos haberlo imaginado y no tendría que sorprendernos.
Ahora bien, que Josep (Pep) Guardiola... ¡Guardiola...! El Sumo Sacerdote y Oficiante Máximo, Santo Varón y Señor del Barça... ¿También él? ¿Él también? ¡Esto se acaba! ¿No hay nada que pueda salvarse en esta patria nuestra? Oh, dolça Catalunya, Pàtria del meu cor, que se lamentaria el poeta, por no decir O tempora, o mores, que clamó Cicerón.
Sabíamos que la agencia de detectives Método 3 era una organización delictiva al servicio de los más oscuros intereses políticos y que uno de sus mejores clientes, el señor Martorell, se inició en el turbio negocio del espionaje y la extorsión en el F.C. Barcelona. Mal asunto.
Gracias a unos trabajadores que perdieron el trabajo y, despechados, publicaron la información que había pasado por sus manos, hoy sabemos que esa agencia de detectives también espió a los jugadores del Barça, no una ni dos veces, sino continuamente, y que el instigador de este seguimiento fue ni más ni menos que el señor Guardiola, que se hizo muy amigo del señor Martorell durante esa etapa futbolera de su vida.
Galería de personajes implicados en redes de espionaje.
Fuente: SPECTRA
Quién nos lo iba a decir, Guardiola. Detrás de esa imagen de pijo atontado y bonachón se escondía un tirano; detrás de esos aires de persona culta que una vez leyó un libro vivía un personaje maníaco y obsesivo, que no toleraba la menor crítica. El tan elogiado método Guardiola, tan loado en nuestra patria y puesto como ejemplo de gestión política y empresarial, no era más que un régimen autoritario que no dejaba un resquicio ni a la libertad ni a la responsabilidad personal.
Personalidades invitadas a una fiesta de futbolistas del F.C. Barcelona.
Cuentan fuentes citadas por la prensa que el señor Guardiola quería (quería obsesivamente) que sus jugadores no pensaran en otra cosa que en el fútbol. Pero eso era tanto como luchar contra los elementos. Un idiota de veinte años y un sueldo de varios millones de euros al año, que sale por la televisión y que es un ídolo nacional, un tipo así va por el mundo con la bragueta bajada. Es lo que uno espera, es lógico. ¿Qué haría usted en su lugar? Millones en el banco, un Ferrari en el garaje, fama y adulación, un trabajo fácil, mucho tiempo libre... ¿Pensaría sólo en el fútbol, si fuera un tipo así? ¡Vamos, hombre!
La directiva también actuó en el asunto de las juergas con decisión y ejemplaridad.
Al principio, Guardiola telefoneaba él mismo a casa de los futbolistas a horas intempestivas, para comprobar que estaban en casa y no de juerga por ahí. Imagínense recibir la llamada del jefe a las tantas de la madrugada, un perturbado que cree que usted pasa las noches de copas y de putas y que le despierta para echarle una bronca: dónde estabas, cómo es que has tardado tanto en responder, ¿crees que puedes engañarme? ¡Ya verás mañana! Etc.
El método Guardiola, tan celebrado por todo el mundo, era un pequeño infierno. Los jugadores acabaron desconectando el teléfono y Guardiola, con ojeras, porque llamar uno por uno a todos los jugadores para comprobar que estaban en la cama a las tantas de la madrugada... Suerte que el señor Martorell mencionó a los detectives de Método 3.
En exclusiva para El cuaderno de Luis.
Reportaje fotográfico de las celebraciones que siguieron a la Supercopa.
A partir de ese día, tanto el señor Guardiola como el director de Relaciones Externas del Barça, el señor Estiarte, llamaban a los detectives a cualquier hora del día o de la noche. Si el míster oía o le contaban que tal futbolista celebraba un cumpleaños, que tal otro había quedado con los amigos del cole, que el de más allá iba a salir de copas, que habían pillado a ése con una moza de buen ver... se ponía frenético e imaginaba orgías etílicas, desenfrenos sexuales, drogas y estupefacientes, cualquier cosa menos fútbol. Corría a llamar a los de Método 3 y los detectives se ponían las pilas y salían a la búsqueda de jugadores del Barça. Al día siguiente, Guardiola les metía broncas en el vestuario o los sometía a un régimen especial de entrenamiento.
Algunos, para huír del control del míster, se largaron al extranjero a verse con los amigos y echar unas copas.
Si el fútbol es una religión (tiene visos de serlo), Guardiola es un puritano fanático, el equivalente a un Calvino balompédico pasado de vueltas. No lo parecía, ¿verdad? Fíjense, que hasta le dieron la Medalla de Oro del Parlamento de Cataluña, la máxima condecoración civil catalana. Supongo que no sabían lo que hacían.
Los controles de Guardiola fueron bastante numerosos. Los seguimientos a Ronaldinho, Deco y Eto'o demostraron que no por poner más detectives iban a correrse menos juergas. Pero cuando Piqué, uno de sus jugadores estrella, se enamoró de una cantante (sic) llamada Shakira, el señor Guardiola estalló, enloqueció y ordenó un seguimiento exhaustivo.
El affaire Piqué-Shakira puso frenético al condecorado Guardiola.
Supo qué copas tomaba, cuántas, en qué bares, a qué hora llegaba a casa, cuándo iba a casa de sus padres y cuándo no, qué rutas hacía, a quién veía... No exagero. El señor Piqué será futbolista, pero pronto descubrió que le iban detrás unos desconocidos y lo denunció al club. La denuncia disparó todas las alarmas. Suerte que el señor Martorell sabe mentir tanto como respira. Es la prensa del corazón, le dijo, que busca pillarte con la Shakira. No te preocupes, que te pondré unos detectives para que te vigilen y ya está. Dicho y hecho. A partir de ese día, los agentes de Método 3 ya no tuvieron que disimular, pues pasaban por escoltas.
Messi también fue espiado, porque una vez se acercó a un libro. Pero se descarta que lo abriera.
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