Il Principe


Niccolò de Bernardo dei Machiavelli, retrato por Santi di Tito.

Podemos ver su retrato en Florencia, en una de las estancias de los pisos superiores del Palazzo Vecchio. Parece delgado. Su mano derecha reposa en un libro sobre una mesa (la mesa es señal de poder político y el libro, símbolo tanto de la ley como de la ciencia). Niccolò sonríe al espectador y tal es su fama que más de uno exclamará: ¡Qué cínico!

Pero a mí me da que es una sonrisa irónica, no cínica, y la diferencia entre una cosa y la otra es muy grande. Niccolò era un tipo muy inteligente y el sentido del humor es prueba inequívoca de inteligencia. Además, seamos honestos, Niccolò me cae bien.

Niccolò es en verdad Niccolò di Bernardo dei Machiavelli, se suele abreviar como Niccolò Machiavelli y en español se da la costumbre de llamarlo Nicolás (de) Maquiavelo. De su apellido proviene el término maquiavélico, que actúa con astucia y doblez. Sus libros sobre política merecen un puesto de honor entre las utopías del Renacimiento, y alguno me dirá qué barbaridad acabo de decir. Pues, sí, entre las utopías, porque fue fundador de las ciencias políticas modernas, pero también predicó un modelo de república que ya quisiera en casa.

Su obra más conocida es Il Príncipe, que suele llamarse El Príncipe (de Maquiavelo). Pero no fue la única, pues Niccolò fue escritor, dramaturgo, historiador, político de carrera y finalmente filósofo. Una vez se retiró de la vida pública, encontró el tiempo de reflexionar sobre los clásicos y dilucidar las líneas maestras de la ciencia política.

La oficina de Machiavelli, el Palazzo Vecchio, de Florencia. In situ.

Fue secretario de la Segunda Cancillería de la República Florentina, en 1498. Se trataba de dar soporte al ministerio de Paz y Libertad, que, para que se entienda, se encargaba de la guerra y los asuntos exteriores. El trabajo de Maquiavelo consistió, básicamente, en entrevistarse con los señores embajadores y hacer él mismo de embajador. La República Florentina duró unos cuantos años, pero se hundió. Regresó la familia Medici, volvió a hacerse con el poder y el pobre Niccolò perdió su condición de funcionario de alto nivel. ¡Menos mal que no perdió la cabeza!

Italia en 1494. Un embrollo de padre y señor mío.

Forzosamente ocioso, con menos dinero que de costumbre, leía con mucha atención los clásicos y se puso a escribir su obra política fundamental, Discorsi sopra la prima Deca di Tito Livio (Discursos sobre la primera Década de Tito Livio). En 1513 interrumpe la escritura de este libro e inicia un opúsculo, De Principatibus, que pronto sería Il Principe. Niccolò prefirió emplear la lengua vulgar (el italiano toscano de Dante) que el latín, escribiendo sin querer una de las obras fundamentales no sólo de la política, sino de la literatura italiana. El librito puede interpretarse como un anexo a sus Discursos, como un caso particular de éstos.

Una edición de Il Principe, Ginebra, 1650.
Prohibido por la Iglesia, el libro era material de contrabando en Italia.

Lo dedicará primero a Giuliano de Medici y como éste murió tres años después, a Lorenzo. Pretendía que le dejaran volver a la oficina y no se le ocurrió nada mejor que poner por escrito un caso práctico similar al que debía afrontar la familia Medici: qué hacer una vez conseguido el poder absoluto en una república corrupta y desordenada.

Giuliano de Medici, según Michelangelo.


Lorenzo de Medici, según Michelangelo.

Los dos príncipes de la casa Medici destinatarios de Il Principe.

Así, pues, Il Principe cumple quinientos años. ¡Felicidades!

Sólo se publicó una vez muerto Niccolò, y provocó tanto espanto como interés. Enfocar la política con la frialdad y el pragmatismo de un científico (y denunciar lo que en verdad hacen algunos gobernantes) provocó un fuerte rechazo, pero también inició el estudio racional de los asuntos de Estado. No diré más de Il Principe, porque es fácil de leer y los comentarios de texto sobre la obra son infinitos, pero apuntaré algunas cosas.

La primera, que Il Principe no aboga por un gobernante malvado, sino por un gobernante justo, porque, dice, sin un buen gobierno, no hay nada que hacer. La segunda, que Il Principe describe un caso muy particular: ¿cómo enfrentarse a una república corrupta y a un pueblo igualmente corrupto, que ha perdido las virtudes cívicas y los valores morales que permiten a una república ser libre y próspera? Por eso podría incluirse el libro entre las utopías renacentistas lo mismo que entre las distopías. Es más que curiosa la coincidencia de Thomas More (Tomás Moro) y Machiavelli en la gestión de un gobierno.

Lean este libro, si no lo han leído. De verdad que es apasionante. No esperen algo muy complicado; Niccolò había dedicado su obra a un gobernante y sabía que si no empleaba un lenguaje sencillo y muchos ejemplos, éste no se enteraría de nada. No lean ni los prefacios ni las introducciones hasta no haber leído lo que dijo Niccolò; luego lean lo que quieran.

El Príncipe cumple quinientos años y es uno de los libros más importantes escritos desde entonces hasta ahora. ¿Todavía no lo han leído? ¿No les interesaría volverlo a leer? ¡Ánimos!

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