Las motocicletas han intervenido en muchas guerras. Son rápidas, ligeras, vehículos ideales para tareas de enlace o reconocimiento.
Motociclistas alemanes en Rusia, en 1941.
Una de las imágenes recurrentes de la Segunda Guerra Mundial es una motocicleta alemana con sidecar, una Zündapp o una BMW, levantando nubes de polvo en Rusia o en el desierto. El tipo del sidecar empuña una ametralladora, que rara vez se empleaba con la motocicleta en marcha, porque no acertaría tres en un burro. Pocos saben que estas motos de 750 cc. con sidecar estaban diseñadas para llevar tres personas a cuestas y arrastrar un remolque que podía ser, si la necesidad apremiaba, un cañoncito contracarro. Estas motocicletas dejaron de fabricarse en 1943. Su empleo había quedado relegado a tareas de segunda fila mucho antes.
Motocicleta soviética con sidecar-mortero M82.
Los rusos también echaron mano de los sidecares y no dejaron de fabricarlos durante toda la guerra. En algunas unidades motorizadas, se instalaba un mortero de 60 u 82 mm en un sidecar especial. La motocicleta se detenía, se levantaba el mortero, se echaban dos o tres granadas sobre el enemigo y se largaba uno pitando, a todo gas, no fueran los otros a tomarlo a mal.
La Guzzi italiana: una gran motocicleta, una mala idea.
Los más rocambolescos, los italianos. Montaron una ametralladora Breda en el manillar de una moto Guzzi. ¡Qué mala idea! La Breda era una porquería de ametralladora y era evidente que alguien que no fuera equilibrista no podía dispararla con la moto en marcha. Con la moto parada, la ametralladora en el manillar no hacía más que estorbar. Así que, como en tantas otras ocasiones, mucho trabajo para nada. Pero la Guzzi era una motocicleta de primera.
La Harley-Davidson WLA, de la policía militar de los EE.UU., en plan chulesco.
Las demás potencias guerreras emplearon la motocicleta para lo que ya he dicho, enviar a motoristas de aquí para allá con órdenes o recados, como vehículo para la policía militar y para echar un vistazo rápido a las líneas enemigas. Aunar una boca de fuego a una motocicleta demostró ser, en la mayoría de los casos, algo más aparatoso que útil, una molestia más que otra cosa, y dejó de hacerse.
Aunque quizá haya dicho que dejó de hacerse con demasiada prisa. Porque recién acabada la Segunda Guerra Mundial, los franceses se metieron en el fregado de Indochina. Viéndose en apuros, los militares pidieron un vehículo ligero capaz de una gran potencia de fuego y ¿en quién pensaron? En la Vespa. Repito, en la Vespa, y no es broma.
La Vespa TAP en una feria de muestras, en 1956.
Así nació la Vespa TAP (de Troupes AéroPortées). Era un escúter al que se le había juntado, atención, un cañón sin retroceso de 75 mm (el M20 americano). La Vespa procedía de ACMA (Ateliers de Construction de Motocycles et Automobiles), que tenía la licencia de Piaggio, y el cañón M20, de los estocs militares. Pesaba 115 kg y decían que llegaba a los 60 km/h. El motorista se sentaba en una funda que colocaba encima del cañón, porque éste sólo cabía en la motoneta si se prescindía del sillín.
El M20 tiraba un proyectil de alto explosivo contracarro (HEAT) y otro de alto explosivo normal (HE). Para evitar el retroceso, echaba un chorro de gases por la culata, a gran velocidad. Así, salía el proyectil por un lado y se organizaba una polvareda de padre y señor mío por la otra, y que no pillara a nadie en medio. El arma podía dispararse desde un trípode de ametralladora o incluso desde el hombro de un soldado. ¿Por qué no desde una Vespa?
Sin embargo, la leyenda es falsa. La Vespa TAP venía con trípode. Se recomendaba encarecidamente montar el cañón encima del trípode y no disparar desde la Vespa, no fuera nadie a hacerse daño. La Vespa TAP era sólo el medio de transporte.
Uso táctico de la Vespa TAP: asalto paracaidista motorizado.
Su uso fue más teórico que práctico. Se decía que los escúters formaban de dos en dos. Uno llevaba el cañón y el otro, munición. Podían arrojarse en paracaídas. Al pisar tierra, los motoristas montaban la Vespa TAP (venía en una especie de contenedor), la cargaban con el cañón, la munición, etcétera, y salían corriendo hacia donde les llamaba el deber, heroicamente sentados en las Vespas guerreras. Si pintaban bastos, detenían los escúteres, separaban el cañón de la Vespa, lo montaban encima de un trípode, apuntaban hacia donde fuera y abrían fuego con la munición que llevaban encima, con permiso del enemigo.
En la práctica, rara vez se arrojaron en paracaídas, lo de montar y desmontar el cañón era una murga y como vehículos todo terreno eran deficientes. Pero eran baratas. Una Vespa costaba, al cambio, 500 dólares americanos, mucho menos que un jeep, y el ejército francés tenía cañones M20 de sobras (excedentes de guerra). Alguien sumó una cosa y la otra y nació la TAP.
Se construyeron 800 Vespa TAP entre 1956 y 1959. No se emplearon en Indochina, pero se llevaron a Argelia, donde se había iniciado una bronca y sucia guerra de guerrillas. Allá se perdió el rastro de la Vespa TAP y que yo sepa, puedo equivocarme, nadie más ha copiado la idea de sentarse encima de un cañón-motoneta.
Hoy, las pocas que quedan son pieza de museo. La imagen de la Vespa TAP es lo más próximo al ridículo que uno puede echarse a la cara pensando en un escúter y quizá por ello es tan celebrada por los coleccionistas militares y civiles.
Ahora bien, puestos a hacer el ridículo, los chinos se llevan la palma.
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