Recomiendo al menos una excursión al puerto de Aiguadolç. Es obligatorio iniciarla en la playa de San Sebastián. Uno se acerca entonces al cementerio y lo deja a la izquierda. Ahí comienza un paseo que bordea la costa. Es agradable acercarse al puerto sin perder de vista ni el sol ni la mar, y caminar con el ánimo y el auxilio de la brisa marina y el paisaje que uno va dejando detrás. Un personaje avisado descubrirá el búnker que domina la playa. El nido de ametralladoras dicen que se construyó durante la Guerra Civil (o inmediatamente después) y es el único que queda en Sitges, que yo sepa.
El puerto en sí no es nada del otro jueves, pero no está mal. Una calle principal llena de bares de diseño y restaurantes que ofrecen arroces y pescados, un par de discotecas pijas (siempre una más que otra), unos apartamentos minúsculos que imitan un pueblo de pescadores más propio de Disneylandia que del Mediterráneo, algunos coches carísimos aparcados aquí o allá; pocos millonarios, mucho quiero y no puedo y algún marino de piel curtida por los estragos del sol, que siempre cae alguno por ahí, no se sabe cómo ni por qué. En los amarres, de todo: chalupas minúsculas que cabrían de dos en dos en la bañera de casa o buques de gran calado que apenas pasan por la bocana del puerto con muchos apuros. Muchos carteles de Se Vende y el tintineo de los cordajes, los mástiles y los aparejos, endulzado por el chapoteo de las quillas. Me invade la poesía, pero recuerdo que me mareo en barco y me aguanto.
El puerto en sí no es nada del otro jueves, pero no está mal. Una calle principal llena de bares de diseño y restaurantes que ofrecen arroces y pescados, un par de discotecas pijas (siempre una más que otra), unos apartamentos minúsculos que imitan un pueblo de pescadores más propio de Disneylandia que del Mediterráneo, algunos coches carísimos aparcados aquí o allá; pocos millonarios, mucho quiero y no puedo y algún marino de piel curtida por los estragos del sol, que siempre cae alguno por ahí, no se sabe cómo ni por qué. En los amarres, de todo: chalupas minúsculas que cabrían de dos en dos en la bañera de casa o buques de gran calado que apenas pasan por la bocana del puerto con muchos apuros. Muchos carteles de Se Vende y el tintineo de los cordajes, los mástiles y los aparejos, endulzado por el chapoteo de las quillas. Me invade la poesía, pero recuerdo que me mareo en barco y me aguanto.
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