Cumpleaños feliz, pero no demasiado (I)

El 9 de agosto de 2006, hace cinco años, entró en vigencia la Ley Orgánica 6/2006, de 19 de julio, que quizá no conozcan por este nombre, pero que es, ni más ni menos, el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. Por lo tanto, era de esperar que la Generalidad de Cataluña, el Parlamento, quizá las fuerzas políticas del país, incluso algún particular, celebrase de alguna manera el aniversario. No sé, con un discurso institucional, con un desfile, corriéndose una juerga, con banderitas en los autobuses, con una multitudinaria manifestación de ciudadanos felices cantando el Cumpleaños feliz o qué sé yo. O todo lo contrario: es un momento ideal para alzar la voz en contra, por demasiado o por demasiado poco, según.

Sin embargo, parece que todos prefieren que pase la fecha sin llamar demasiado la atención.

Las encuestas de opinión de instituciones públicas o privadas entre 2000 y 2004 demostraron una y otra vez que la reforma del Estatuto de Autonomía de 1979 no quitaba el sueño a los catalanes. En una pregunta que aceptaba varias respuestas, menos de un 2% de los catalanes se mostraba no ya preocupado, sino interesado en ello. Les importaba un rábano. Según las encuestas, había más de una docena de cuestiones más importantes antes que ésa, como ahora, por ejemplo, llegar a fin de mes, poder comprarse un piso o tener un trabajo para pagar el alquiler.

Sin embargo, el Tripartito nació con un pacto que obligaba a las partes a reformar el Estatuto, y un trato es un trato. Se pusieron a reformar con frenesí. Como en río revuelto se produce la ganancia de los pescadores, CiU se sumó al carro y el PP, a su pecualiar manera, también. Si tú pides eso, yo, más; pues, yo, más todavía; el que más, yo; eh, que Mas soy yo, y seré yo el que pida más... y así se fueron animando.

En medio de este frenesí se produjo uno de los hechos más vergonzosos de la historia reciente de nuestro Parlamento. En una sesión parlamentaria, el entonces presidente Maragall, acosado por Artur Mas, entonces opositor, dijo la célebre frase: Ustedes tienen un problema, y ese problema se llama tres por ciento. Dijo en voz alta lo que todos sospechábamos, que CiU había organizado una fuente de ingresos, dígase así, poco convencional. Acusó de corrupción al gobierno que le había precedido, y eso es algo muy, muy serio, que no puede quedar así. Si es cierto, no puede tolerarse; si acusó en falso, tampoco.

El señor Mas no se lo pensó dos veces. Le dijo que retirase lo dicho o el Estatuto iba a reformarlo la madre de usted. Maragall se arrugó y nunca más se supo del tres por ciento. ¡Qué oportunidad perdida...! ¡Lo bien que nos hubiera ido un poco de limpieza! Con esa mancha en el historial, siguió adelante el despropósito, ahora provisto de una gran calidad moral, ya ven. El Estatuto del Silencio.

El 30 de septiembre de 2005, una amplia mayoría del Parlamento de Cataluña dio el visto bueno a la Propuesta de Nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña (pues hacía tiempo que ya no era una reforma). En una jornada que pasará a la historia, se pretendieron aprobar artículos que todavía no habían sido redactados (véanse las actas del día) y todo fueron prisas. Al final, se resolvió la votación y los señores diputados cantaron Els Segadors, en pie, llenos de fervor patrio, agotados y confusos. Yo no sé de ningún otro Parlamento en Europa que se levante para cantar después de aprobar una propuesta de ley orgánica, pero quizá celebraron haberse quitado un peso de encima. En todo caso, el espectáculo merece ser recordado.

El Congreso de los Diputados aceptó tramitar esta ley orgánica el 2 de noviembre de 2005 y la aprobó el 30 de marzo de 2006. El Senado la aprobó el 10 de mayo. El 18 de junio de 2006, se celebró un referéndum para ver si los catalanes aprobaban la propuesta, que había sido modificada.

El 51% de los ciudadanos no acudió a las urnas; el 36,2% votó a favor; el 10,2%, en contra; en resumen, pasó el examen y fue vigente el 9 de agosto de 2006, hace cinco años.

Y nadie celebra nada, insisto.

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