Abrazo inédito



He visto a Su Santidad, Benito, o Benedicto, muy anciano. Me ha sorprendido verlo tan gastado por el tiempo, quizá porque no me había fijado antes. Su Santidad Francesco, en cambio, aunque es también un anciano, parece mucho más joven.

El abrazo entre los dos es inédito. No sé si es la primera vez que se da o si se había dado antes, pero ver al recién papa abrazando al papa que recién ha dejado de serlo y sigue vivo es un suceso ciertamente único.

Me da que este abrazo no formará parte de lo que llaman Historia, con mayúscula, que es cosa muy seria y muy grande, sino que será parte de esa letra menuda que la acompaña, escrita con minúsculas. Pero sepan ustedes que ésta, la historia pequeña, es mucho más entretenida, está llena de vida. La otra, en cambio, es una máquina desalmada que avanza inexorable de ningún sitio a ninguna parte. Si algún día nos encontramos en un libro de historia, será como víctimas de la Historia con mayúsculas o como protagonistas de las historias minúsculas. Prefiero la segunda opción.

He estado a punto de decirles que me hubiera gustado mucho asistir a la conversación entre Francisco y Benedicto, pero luego me lo he pensado mejor y les diré que no. Lo que tengan que decirse, que quede entre ellos dos. El aire de misterio que ha rodeado su conversación quizá sea fundado y se hayan transmitido secretos vaticanos a viva voz, revelando el papa saliente misterios inverosímiles que el papa entrante habrá tenido que asimilar con temor y estupefacción.

Pero también es posible que Benedicto le haya dicho a Francisco que vaya con cuidado con el termo de agua caliente de las estancias papales, que a veces se estropea y habría que cambiarlo, o que no deje de probar la lasagna que prepara sor María, que aprendió la receta de una abuelita napolitana por parte de madre y es cosa de chuparse los dedos, verdaderamente.

Queda la duda, que es fascinante.

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