Carro Medio 13/40, italiano, capturado y fotografiado por los británicos.
En 1941, los militares italianos tenían que lidiar con una guerra para la que no estaban preparados. Pese a todo lo que dijera Mussolini, ni la industria ni la economía italianas podían soportar el esfuerzo bélico, y menos cuando la Segunda Guerra Mundial, que se había anunciado breve, parecía querer durar más de lo previsto.
Faltaba de todo y las fábricas no daban más de sí. El material era obsoleto. Pioneros de la aviación militar y la motorización de los ejércitos en los años veinte y treinta, los italianos tenían que valerse con cazas biplanos o tanquetas que no servían para nada en 1940. Dice mucho de los ingenieros italianos que consiguieran diseñar una familia de tanques medios y ponerla en la línea de producción en medio año, pero el modelo que diseñaron también dice mucho de la situación en la que se encontraba la industria italiana.
Carristas italianos en un M 13/40. Observern los remaches.
No podían contar con motores de aviación o de marina. Los carros se equiparon con motores diésel, una opción muy avanzada para su tiempo. Pero sólo disponían de motores FIAT-SPA de 105, 125 o 145 CV. Eso limitó el peso del carro a no más de 15 tm y el vehículo resultante era lento en comparación con sus enemigos. Por problemas de suministro, no podían instalarse los filtros de aire necesarios y la arena del desierto destrozaba los motores. Se averiaban continuamente.
Una licencia de Vickers (británica) les proporcionó la suspensión; una licencia checa, el cañón. No había radios suficientes para los carros, ni siquiera auriculares para que el conductor recibiera instrucciones del jefe de carro, porque sólo había una fábrica de componentes electrónicos en Italia, en Milán, que se veía superada por los acontecimientos (una fábrica con licencia británica, por cierto). La bomba hidráulica de la torreta se averiaba tantas veces que los mecánicos, para ahorrarse problemas, la desmontaban cuando los carros llegaban al frente, antes de ponerla en marcha. Las torretas, pues, giraban a mano, dándole a la manivela. Las planchas tenían que remacharse porque no existían equipos de soldadura suficientes y el blindaje era de mala calidad por falta de molibdeno, tungsteno y demás. Las miras del artillero o del jefe de carro no tenían más de un aumento y medio y se redujo el número de periscopios para ahorrar.
Carros italianos en el desierto, levantando nubes de polvo.
Fotografía del Bundesarchive alemán.
Peor todavía. La falta de combustible impedía formar y entrenar a los nuevos batallones de carros. No era extraño que un conductor llegara al frente con sólo dos horas de prácticas y los oficiales no tenían carné de conducir. Etcétera, etcétera. Un desastre.
Carros italianos M 11/39 capturados por los australianos (¿han visto los canguros?).
En resumen, los italianos se llevaron la peor parte en la guerra del desierto. Fue tan evidente que los carros no eran buenos que Mussolini tuvo que tragarse su orgullo y pedir ayuda a Alemania.
De entrada, se pidió a los alemanes que cedieran a Italia unos ochocientos carros de combate capturados en Francia. Hay que añadir que los franceses seguían fabricándolos para los alemanes, que el negocio es el negocio.
Pero los alemanes se hicieron el sueco, una cosa que hacen muy bien. ¿Ochocientos? ¿Qué tal cuatrocientos? Mejor esto que nada, respondieron los italianos. Al final, en 1941, los alemanes les vendieron 135 carros (casi todos, Renault R 35 y unos pocos Somua S 35), pero no incluyeron piezas de repuesto ni munición. Eran viejas cafeteras. No salieron de Italia en toda la guerra y la mayoría se perdieron en Sicilia.
Renault R 35 capturado en Sicilia por los británicos. Una cafetera.
Los italianos, entonces, miraron hacia Checoslovaquia. Skoda fabricaba unos tanques muy decentes e Italia se interesó en ellos. Se fabricaban en Suecia bajo licencia; también en Bulgaria, Rumanía o Hungría. Pero los alemanes pusieron trabas al acuerdo (querían las licencias para sí, no para los checos) y se abandonó la idea.
¿Qué tal copiar? Los italianos capturaron un puñado de carros británicos A 15 Crusader en 1941 y se dijeron que irían muy bien para el desierto. Mejor que los carros medios italianos, seguro. Los llevaron a Italia y FIAT y Ansaldo pusieron manos a la obra. En junio de 1941 ya habían construido un modelo a escala real, modificado y adaptado. En la primavera de 1942 ya corría un prototipo, después de haber superado con nota la mejoría de la suspensión de tipo Christie (licencia de los EE.UU.). Los ingenieros consiguieron un motor de 265 CV de gasolina y en la primavera de 1943 los primeros modelos ya corrían por la pista de pruebas. Sólo se esperaba la orden de producción del Carro Medio Celere (Veloz) Sahariano, que así lo llamaron. Dos años de la mesa de dibujo a la fábrica; uno se descubre ante lo que consiguieron los ingenieros italianos sin medios ni ayuda.
Carro Crusader capturado y empleado por los alemanes.
El Carro Medio Celere Sahariano, nuevecito y recién salido de fábrica.
Pero ya se había acabado la guerra en el desierto e Italia se rindió antes de poder fabricar el Sahariano en serie. Que tampoco habría podido competir con los carros americanos, todo sea dicho.
Mientras se peleaban con el diseño del Sahariano, los ingenieros de FIAT y Ansaldo se reunieron con los de Daimler-Benz. El gobierno alemán había autorizado la producción bajo licencia del Pz. III en Italia. Eso incluía el motor Maybach del Pz. III, que tenía alrededor de 300 CV, las máquinas de soldadura del blindaje, etc. Pero el gobierno alemán no autorizó la fabricación bajo licencia del armamento o de la óptica; los italianos tendrían que comprar ambas cosas a los alemanes. Además, Daimler-Benz tenía que cobrar un tanto por carro fabricado bajo licencia y la mitad de los componentes del carro, como mínimo, tenían que proporcionarlos empresas alemanas. Es decir, la propia Daimler-Benz.
Un Pz. III alemán en el desierto libio, en 1941.
A fin de cuentas, salía más caro fabricarlo en Italia que comprarlo entero en Alemania. Un fiasco. Se abandonó la idea.
Los alemanes no se rindieron. Pronto ofrecieron la producción bajo licencia del Pz. IV en febrero de 1942. En noviembre de 1942, ofrecieron la producción del Pz. V Panther. Las condiciones eran siempre las mismas. Parecía que M.A.N. y Daimler-Benz querían forrarse a costa de los italianos, no ganar una guerra. No hubo manera de mejorar la oferta y los militares italianos se negaron a depender de Alemania (quizá oliéndose que ya perdían la guerra). Además, eso se decía en voz baja, a la chita callando, estaban arruinados y no tenían dinero para pagar a los alemanes, que no hacían descuentos ni quitas de ninguna clase a sus amigos y aliados.
En medio de todo este trapicheo, los italianos se hicieron con un carro T-34 soviético, que intentaron copiar. La suspensión Christie (la misma que la del Crusader británico, porque los rusos la empleaban con licencia del inventor norteamericano) parecía resuelta, pero el resto, no. Sin un motor potente, sin grandes fundiciones de aluminio, sin material de soldadura, tuvieron que abandonar el proyecto. Por cierto: los alemanes también se negaban a desprenderse de los T-34 capturados en Rusia (que tampoco supieron copiar).
Un T-34 abandonado por los soviéticos en el verano de 1941.
Éste en concreto, tenía fallos en la bomba de combustible.
En septiembre de 1943, hubo un golpe de estado y Mussolini fue depuesto como presidente del gobierno. Italia firmó un armisticio con los aliados y Alemania por un lado y los aliados por el otro invadieron Italia. Los alemanes ocuparon las grandes fábricas italianas y requisaron su producción. Emplearon centenares de vehículos italianos para uso propio (camiones, automóviles, aeroplanos, cañones y también, cómo no, carros de combate). Sin pagar licencia ni nada parecido, naturalmente.
Ahí acabó la historia de los carros alemanes fabricados bajo licencia en Italia. Una historia que no llegó a comenzar, porque no se fabricó ni uno.
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