Deberes patrios y demás zarandajas

Ayer me tocó cumplir con mis deberes patrios en la fiesta de la democracia y dedicar todos mis afanes a ser garante de la soberanía nacional. Es decir, que me tocó ser vocal primera en una mesa electoral del barrio y me pasé catorce horas del día repasando las listas de electores y contando papeletas.

Era la primera vez que me tocaba ser miembro de una mesa electoral. Por razones que no vienen al cuento, podría haberme librado. Pero el deber patrio y demás zarandajas, entre las cuáles podría contarse la curiosidad de vivir unas elecciones desde el otro lado de la barrera, me inclinaron a aceptar el ofrecimiento de la Junta Electoral y a las ocho de la mañana del domingo ya me ven a mí formando delante de interventores, apoderados, presidentes y vocales varios.

En nuestra mesa tenían derecho a voto 656 ciudadanos. A mitad de la jornada electoral, en una hora de inactividad, vocales, presidente e interventores hicimos una porra sobre la participación. Con orgullo, anuncio que clavé el resultado, con una particiapación del 70,3% en mi mesa. No me equivoqué ni en un voto. Semejante acierto y tanta precisión provocaron el pasmo entre la audiencia.

Nuestra mesa, además, aplicó el taylorismo al proceso de votación. El reparto de tareas y la especialización de las actividades, junto con una moral estajanovista, hicieron que la cola más larga delante de nuestra urna fuera de tres personas. En las otras mesas, con un total de votos semejante, hubo colas que llegaron a la calle. ¡Chincha y rabia!

¿Incidentes? Más bien, no. Sorprende la cantidad de personas que no saben cómo se vota. La lista del Senado, abierta, donde uno puede escoger los tres senadores que le vengan en gana, como si quiere escoger dos o solamente uno, o ninguno, era un rompecabezas para la mayoría, lo que pone en duda la bondad de las listas abiertas como posible opción en jornada electoral.

Entrada la tarde, aparecieron unos personajes que querían impugnar el escrutinio. Así, tal cual. Como el presidente estaba en esos momentos haciendo pis, me tocó lidiar con ellos. Teníamos una sentencia judicial que nos informaba sobre el caso, así que atendí a los caballeros con argumentos en la mano.

Queremos impugnar el escrutinio, dijeron.
No podéis impugnar el escrutinio porque todavía se procede al voto, respondí. Porque los caballeros confundían el tocino con la velocidad y el escrutinio es el recuento de votos, no la acción de votar.
En todo caso, queremos un escrito...
Perdón, ¿va a ejercer su derecho al voto en esta mesa? Si sí, vote; si no, puede presentar su queja al juez de guardia de la Junta Electoral, etcétera, etcétera, que comencé a leer la sentencia judicial en voz alta, declamando el discurso en el más puro estilo ciceroniano.

Como no se iban, subrayé lo de las fuerzas del orden público y los invité a no obstaculizar el normal desarrollo de la jornada electoral. Se fueron con un cabreo impresionante, después de haberse quejado a los apoderados e interventores, que repitieron la sentencia judicial, se encogieron de hombros y luego los acompañaron hasta la salida. Lo cierto es que ya nos habían advertido contra esta maniobra y la Junta Electoral venía preparada para el caso.

Guardo algunas cifras del recuento. En mi mesa ganó CiU, con 180 votos. Le siguió el PP, con 105, y el PSC-PSOE, con 85. Luego venían IC-V, con 40, y ERC, con 32. Sentí asco al contar cuatro papeletas de PxC (sobre la que tendría que aplicarse la Ley de Partidos por atentar contra derechos básicos de las personas), pero fue superada por PACMA, con 6 votos, que promueve los derechos de los animales, UPyD, con otros seis, etcétera.

La votación del Senado fue más entretenida. Los candidatos de CiU sacaron algo más de 150 votos; los del PSC y los del PP prácticamente empataron alrededor de los 88 votos; el resto quedó muy atrás, pero los partidos minoritarios (excepto PxC) obtuvieron más votos que antes. La cantidad de blancos y nulos fue considerable, y algunos nulos nos hicieron reír. En la imagen, uno de ellos.

Regresé al hogar con la sensación de haber cumplido con mis deberes patrios. Para quien no conozca esta sensación, es algo así como sentir la vista cansada, un persistente dolor de cabeza, la espalda hecha un cisco, hambre, sed, dolor de pies, un baile de números en mientes y no saber quién ha ganado las elecciones ahí afuera, después de haberse pasado horas contando papeletas y rellenando actas. El fresco de la noche me hizo revivir y llegué a casa completamente dispuesto... a meterme en la cama.

Hoy ha amanecido un nuevo día, pero ésa es otra historia.

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