Crímenes bestiales



En Los crímenes de la calle Morgue, Auguste Dupin se enfrenta al brutal asesinato de dos mujeres, madre e hija. Poe teje el primer relato policial moderno con un criminal imprevisto, un orangután. Aunque es una obra notable, el lector contemporáneo dirá de ella que es absurda. ¿Cómo es posible que un mico...? ¿Absurda? No del todo.

Dicen que el único animal que mata a otros animales de su propia especie es el hombre. Eso es falso, dígase alto y claro: hay muchas especies que se matan entre sí. Pero ¿quién nos iba a decir que una de esas especies era la de los chimpancés? 

Tres chimpancés machos zampándose a un mico que acaban de cazar. La hembra, a la derecha, pide que le echen un poquito, cosa que finalmente harán (a cambio de sexo). Como la vida misma.

Yo había oído hablar de la afición por la sangre de los chimpancés. Sabía que cazaban, muy de vez en cuando, para comer carne. Estas cacerías provocaron pasmo y estupor entre los primatólogos, porque hasta el momento los grandes primates eran todos hervíboros y básicamente pacíficos. Así, los gorilas y los orangutanes (diga lo que diga Poe) son, en el peor de los casos, huraños, no más. Pero un chimpancé, atención, tiene muy mala idea. Leí hace ya tiempo que se habían registrado casos de chimpancés muertos por chimpancés, pero no leí más y me olvidé del caso.


Hasta ayer, que leí un artículo de Javier Salas en la revista Materia sobre los crímenes de los chimpancés. El artículo se titula El cruel asesinato que desató la primera guerra entre primates no humanos de la historia. Porque, ay, parece ser que sí, que se documentó una campaña de violencia, crímenes y asesinatos entre dos grupos de chimpancés que duró años (repito, años), hasta que uno de los dos grupos se quedó con todo el territorio y pudo violar a destajo a las hembras supervivientes del grupo contrario. Enternecedor.

Lo que me ha sorprendido leer es la brutal, bestial, comisión del crimen. Un grupo de siete chimpancés ataca por sorpresa y pilla al primer chimpancé que se les pone a tiro. Lo derriban, le aplastan la cara contra el suelo y le dan una soberana paliza que dura diez minutos. Cuando se cansan de pegarle, uno de los chimpancés atacantes aparece con una gran piedra entre las manos y se la echa encima, para rematarlo. Fin. 

El jefe, por la fuerza.

A decir de los primatólogos que contemplaron con pasmo este crimen (el primero documentado, el 7 de enero de 1974), la víctima agonizó durante horas. A partir de ese asesinato, se han documentado otros, horribilísimos. Los criminales se bebían la sangre de sus víctimas, las despellejaban vivas, se comían a sus hijos (sic), las golpeaban con piedras para romper sus huesos, los sometían a torturas, violaban a las hembras... Hoy, ningún primatólogo duda del instinto asesino de los chimpancés, que se debe (cito) a una estrategia a largo plazo para lograr el dominio sobre los grupos vecinos.

No se dejen engañar. Parece bueno, pero está maquinando maldades.

La leyenda del buen salvaje ha vuelto a caer hecha añicos. Hace ya tiempo que sabemos que los pueblos indígenas son tan jodidos y malvados como nosotros, aunque no dispongan de los medios de Occidente para matar en masse y se conformen con matar artesanalmente. Pero nos quedaban nuestros primos primates y los chimpancés, los más inteligentes de todos ellos, nos parecían tan simpáticos... Pues, ya ven. Simpáticos y cabrones. 

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