Sorprendente. No sé si será verdad, pero es noticia que acaba de graduarse el primer gitano en una escuela de periodismo catalana que lleva cincuenta años enseñando. ¡El primero en cincuenta años! La locutora le pregunta al chaval qué tal, si le ha resultado difícil... ¿Qué va a responder el chaval? Lo que pueda. Sin negarle los méritos, ha aprobado los exámenes y se ha llevado el título a casa. Poco más puede decir. Porque (espero no equivocarme) no ha sufrido ni persecución ni acoso ni censura en las aulas por ser gitano. Ha sido un alumno más. Eso dicen.
Cuando todavía no me he recuperado de mi estupor (¡el primero en cincuenta años!), devuelven la señal a los estudios y aparece doña Pilar Rahola, en plan torbellino belenestebánico. Indignadísima. Gritando, cómo no, afirma que le ha parecido una vergüenza que hayan entrevistado al chaval en castellano. Que le parece muy bien que el chaval, como opción personal (sic), responda en castellano, aunque considera una vergüenza y un escándalo (sic), y motivo de grita desgañitada, que la periodista le entreviste empleando la misma lengua.
No ceja en su grita, ni un segundo, mientras otro de los invitados a la tertulia pregunta lo que yo me había preguntado desde el primer momento: ¿En verdad ha sido el primer (y único) graduado gitano en cincuenta años? Lo siguiente es preguntarse por qué. Pero resulta imposible. Son tales los chillidos de la Verdulera que no podemos siquiera plantear la cuestión. Una vez más, tapando vergüenzas con la bandera, abochornándonos a todos. En otro canal daban una película y ahí nos fuímos, en busca de paz y sosiego.
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