A favor de la coacción

Hoy publica El País un artículo de Ferran Balsells sobre el caso Cunit que a mí me ha puesto los pelos de punta. Recuerden que un juez condenó por coacción a varios caciques de la comunidad musulmana de Cunit por amenazas y coacciones a una empleada municipal, con la intención de echarla del trabajo. Los condenados organizaron una campaña de difamación en la que se acusaba a la víctima de no cubrirse la cabeza, conducir y relacionarse con españoles, por ejemplo. Según algunas fuentes, y me remito a los periódicos, éstas no fueron las causas reales del acoso. En el fondo del asunto se esconde la inoperancia municipal, que prefería dejar hacer a estos tipos y despreocuparse del asunto de tener que trabajar para los más necesitados. Que los moros se apañen solos, que no nos den la murga, decían. Cuando la víctima, una empleada municipal, comenzó a hacer su trabajo, amenazó el negocio de los caciques (los únicos que hasta entonces trataban con el ayuntamiento) y puso en evidencia el mal hacer en asuntos sociales de la alcaldesa y también senadora, la tristemente célebre señora Alberich, lo que explica muchas cosas: la evidente complicidad entre los condenados y la alcaldesa, la opinión pública y publicada de esta señora, el desamparo de la empleada municipal y el porqué de mi asco.

Un asco que va in crescendo cuando leo las declaraciones del señor don José Luis Rodríguez Fernández, el primer secretario del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) en Cunit, partido del que procede la inefable senadora, también alcaldesa, Alberich. El tipo este va y se suma a un grupo de apoyo y solidaridad a la familia del imán, condenada por amenazas, coacciones, etc. ¡Manda cojones! Porque no contento con esta manifestación pública de su parecer, acusa a la empleada municipal (la víctima) de mentir en este asunto. No es que la dejen desamparada, no es solamente eso, ¡es que se suman a la coacción! La esposa de este tipejo, doña María Julia Masías, testificó en el juicio que tuvo a cenar a los culpables y condenados en su casa justo después de que amenazaran de muerte a la empleada municipal y su familia, tan amigos. Es que lo nuestro es amistad y que nos quiten lo bailado.

La alcaldesa, senadora e inefable Alberich sigue en sus trece, y sostiene delante de cualquiera que quiera oírla que el asunto del juicio es un conflicto privado entre dos partes, y que eso no desacredita de ninguna manera a los culpables de amenazas y coacción a ser los únicos interlocutores válidos entre la comunidad musulmana y el Ayuntamiento de Cunit. Que no desacredita... ¡Ya me gustaría verla a ella en el lugar de la empleada municipal a la que tan mal ha tratado durante todo este tiempo! ¿Cómo tiene las narices...? Esta señora no tiene ni vergüenza ni sentimientos ni decencia. Es una mala persona, punto.

La oposición municipal (CiU e ICV entre otros) quiere echarle en cara a la señora Alberich su actuación en el caso, y desautorizar a los condenados como interlocutores válidos en las relaciones entre el Ayuntamiento de Cunit y la comunidad musulmana inmigrante. Lástima que estamos en período electoral y el caso se perderá en la vorágine de gilipolleces de costumbre, porque esta señora merecería que le dijeran de todo menos bonita, y a su amiguito, también.

Pero cada día que pasa me parece encontrarme más solo en mi indignación. A nadie le importa.

3 comentarios:

  1. No estás solo, querido amigo, a mí también me importa y me escandaliza este caso, un ejemplo más de la claudicación de la progresía frente al Islam más intolerante con el inocente objetivo de aplacarlo.

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  2. Es más simple que todo eso. Unas personas dicen representar a una comunidad marginada, pero nadie los ha elegido para ello. Esas personas acumulan poder, por eso mismo. El Ayuntamiento se ahorra tener que tratar directamente con esa comunidad, pues trata solamente con esos caciques.

    Pero, un buen día, una empleada municipal comienza a trabajar y resulta que se entromete en el «negocio» de estos caciques. Y éstos, por sacársela de encima, comenten varios delitos (y han sido condenados por ellos).

    El caso se resume así: Unas personas cometen un delito, el Ayuntamiento lo sabe y lo tolera y además la alcaldesa insiste en seguir considerando a los delincuentes como interlocutores y representantes válidos del colectivo socialmente necesitado. Agravantes: 1) la víctima es una empleada municipal; 2) sufre coacción y acoso por hacer su trabajo; 3) sufre coacción y acoso por razón de su sexo; 4) los acosadores revisten su actuación tras el paraguas de una creencia religiosa, manipulando a la población; y 5) el Ayuntamiento lo supo desde el primer momento... y no hizo nada. Lo que es peor, hizo el juego a los acusados.

    No importa ni el grupo étnico ni la religión ni nada, sino la ley, pura y dura, no más. El perjudicado, en este caso, es el pobre, como siempre, aparte de la víctima.

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  3. Querido Carlos y queridos lectores,

    Sobre mi comentario anterior quiero añadir alguna cosa. Carlos tiene razón cuando señala (acusa) a algunos que presumen de tolerancia y modernidad y toleran comportamientos a los musulmanes (a los tibetanos, también) que no tolerarían, pongamos por caso, a un católico o a un predicador evangélico.

    Sea cual sea, el fanatismo es malo, y uno desearía que se juzgaran todos por igual. Por eso el panfilismo es tan nocivo como la intolerancia, sus efectos son sumamente perversos. Si uno quiere que una comunidad comparta valores cívicos partiendo de diferentes culturas y creencias, donde unos y otros merezcan un respeto y lo ganen con sus obras, no se va por ahí ni con discursos permisivos ni con discursos intransigentes.

    Ésta es la justificación de un Estado laico, donde los poderes del Estado actúan sobre los ciudadanos con independencia de las creencias religiosas o políticas de éstos, sin considerar su identidad (nacional, sexual o de cualquier otro tipo), su raza, etc. Por eso he querido hacer abstracción del caso de Cunit, no sé si he tenido éxito en el empeño.

    Prescindamos del hecho de vernos con musulmanes: podrían ser gitanos, por ejemplo, o una colonia de inmigrantes de algún país sudamericano. Se dieron casos semejantes con los barrios de barracas de españoles andaluces, extremeños o de cualquier otra parte en los alrededores de Barcelona. De repente, de no se sabe dónde, surge un tipo que se presenta como «representante» del colectivo y por él pasan todas las gestiones. Nace el chanchullo, el poder, la miseria de la corrupción.

    Si las autoridades, para no tener que cumplir con su obligación y ahorrarse un trabajo, dan alas a estos «representantes», tenemos la legitimación de una pequeña mafia, el chanchulleo entre munícipes y caciques. No es nada nuevo, es lo que ha pasado en Cunit, lo que yace en el fondo del asunto. Esa mafia utiliza la religión y la identidad del grupo como sistema de coacción. Punto.

    Si la máxima autoridad del municipio tolera este mecanismo, lo legitima y alienta, tenemos que concluir que la máxima autoridad del municipio es estúpida, malvada o ambas cosas a la vez, por muy senadora que sea, y no señalo a nadie, o quizá sí.

    Y siempre pierden los mismos, las gentes que la autoridad habría tenido que proteger desde el primer día, que viven el desamparo en una situación marginal, de miseria y pobreza.

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