Simplificando, en Libia, un pueblo se subleva contra un tirano, el tirano echa mano de mercenarios, comienza la matanza y ya podemos hablar abiertamente de una guerra civil que se ha llevado por delante a más de veinte mil civiles (contando por lo bajo), sin contar con el éxodo de cientos de miles de personas que huyen por salvar su vida. La OTAN se permite intervenir bajo mandato de las Naciones Unidas, en una misión que nadie se atreve a definir muy bien. Por ahora, se limita al bloqueo marítimo y del espacio aéreo libio, con ataques aéreos selectivos que, dada la falta de coordinación con las tropas rebeldes, no han conseguido demasiado. El avance de las tropas rebeldes se ha enquistado, pero la mención de una intervención terrestre provoca el pánico en las cancillerías europeas y EE.UU. no la ve con buenos ojos si Europa no se compromete a fondo.
En medio de este follón, los opositores han formado un consejo tribal (sic), el Consejo Nacional de Transición, que se encarga del gobierno de la Libia sublevada. Este consejo ha podido formalizar la venta de la producción de petróleo en manos rebeldes mediante una cuenta bancaria en Qatar, que en su primera transacción en los mercados internacionales vendió un millón de barriles de crudo por cien millones de dólares. Ese dinero, cuenta el consejo, no se destinará a fines militares. Permítanme ser escéptico, que ya nos conocemos.
La cuestión es que Gadafi es un personaje de la peor especie, pero no es tonto. En un golpe de mano que sólo puede clasificarse de magistral, empleó avionetas de fumigación para arrojar explosivos sobre los depósitos de combustible en manos de los rebeldes hace cosa de pocos días. Las avionetas atacaron de noche, a baja altura, evitando los radares de la OTAN (que no están para avionetas de fumigación), y volaron la infraestructura que permite a los rebeldes exportar crudo.
Será casualidad, pero al día siguiente se produjo el bombardeo más intenso de los aviones de la OTAN en lo que llevamos de guerra. A tal punto que varias instalaciones militares de Trípoli quedaron reventadas, los polvorines de Zintan atacados (y alguno, destruido) y los rebeldes pudieron realizar avances más que notables en la ciudad de Misratah, ocupando el puerto, el aeropuerto y una amplia zona hacia el oeste de la ciudad. Para que se entienda, pocos ataques han hecho más daño, hasta ahora, al potencial militar de Gadafi.
En pocas palabras: el petróleo, ni tocarlo.
Con las personas, en cambio, se emplea otra moneda de cambio. Hace pocos días, sentí vergüenza de Europa. Lo dicho: Túnez y Egipto se encuentran con miles, con cientos de miles de refugiados libios que huyen de la guerra y la muerte. Hacen lo que buenamente pueden con sus hermanos (así los llaman) y aunque no puedan ofrecer más que condiciones miserables, al borde de la catástrofe humanitaria, porque no tienen medios para más, se hacen cargo de esas personas.
Algunos libios se encuentran en una situación tan desesperada que se suben a un esquife y tiran hacia el norte, con la esperanza de dar con Malta, con Lampedusa o Sicilia. Muchos encuentran la muerte en el viaje, ahogándose en un naufragio, o de pura inanición, perdidos en alta mar, en la lenta y cruel agonía que provoca la hipotermia, la deshidratación y la falta de alimentos. En Lampedusa se apretujan ¿diez mil? ¿veinte mil? refugiados y Europa dice que ya no puede más, que no puede acoger a tanta gente, que no puede con tantos refugiados.
Del gobierno de Berlusconi uno espera cualquier cosa, pero cuando éste propuso compartir tantos refugiados con el resto de los países de la Unión Europea, se montó la de Dios y se cerraron las fronteras, como se hubieran cerrado temiendo la propagación de la peste. ¡Qué pena y qué vergüenza! ¿De verdad que Europa no puede con veinte mil refugiados libios? Estados africanos con un PIB inferior al de Cataluña pueden con un millón de refugiados y Europa... ¡Vamos! ¡Anda allá! ¡Se me cae la cara de vergüenza! Gadafi utiliza munición española, artillería francesa, vehículos italianos, fusiles ingleses... Hemos perdonado a Gadafi la promoción de actos terroristas con centenares de muertos (europeos) a cambio de petróleo... ¿Y no podemos hacer nada más que dejar morir en el mar a un puñado de refugiados que, en el fondo, sufren su destino por culpa nuestra?
Vergonzoso.
Pero también hay europeos que están a la altura de lo que se espera de un hombre. Permítanme recomendarles un artículo de una de mis lectoras, Sandra Buxaderas, corresponsal en Roma, que se ha publicado en un periódico electrónico, Cuarto Poder. Éste es el enlace. No será la primera periodista que menciona el caso, pero lo menciona muy bien, mejor que yo lo hubiera hecho.
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