Cuentan que más de uno en Ferrari ha aparecido con una losa de cemento en los pies y en el fondo de la bahía de Nápoles, pero eso sólo pasaba en tiempos del Commendatore. Ahora, Aldo Costa está contando tornillos en la fábrica mientras se reorganiza el equipo. Parece ser, se dice en el mentidero, que el problema fue la simulación en el modernísimo túnel de viento de Ferrari. Cambiaron la escala del modelo (del 50% del tamaño al 60%) y a algún #$%&*!!! se le olvidó considerar las turbulencias de las paredes del túnel de viento considerando el incremento del tamaño de los nuevos modelos. Mientras el informático de turno está limpiando las letrinas, Ferrari echa mano del túnel de viento de Toyota. ¿Qué podrá hacer la Scuderia en 2011? Poco, creo yo. De hecho, ya se preparan para 2012, por mucho que digan.
Pero Mónaco le hace olvidar a uno tantos desastres y soñar con la opción de un triunfo.
Es un tópico, pero el Gran Premio de Mónaco es un punto y aparte en el Campeonato. En primer lugar, porque es el circuito con más tradición del Circo, que ya corrían allá por los años veinte. En segundo lugar, porque se da en Mónaco la concentración de ricos, nuevos ricos y horteras con dinero más notable del ancho mundo. Con la excusa de la Fórmula 1, aparecen en el Principado los pendones de media Europa y los fiestorros en los yates o en el Casino son... son... En fin, no se lo pueden ni imaginar. El lujo llega a límites obscenos y el mérito de los pilotos, las estrellas del evento, es poder sentarse al volante de un coche de carreras la mañana siguiente. ¡Qué resacón, Dios mío...! Y con este ruido... ¡Que alguien apague los motores, por favor!
Así, correr en Mónaco no es sólo correr contra un circuito estrecho, retorcido, lleno de guardarraíles, donde, si uno se despista, se come la valla, el llamado Circuito de los Campeones, sino que es luchar contra los elementos y los nueve pecados capitales... ¿Siete? ¿Eran siete? Nada, nada, nueve, que en Mónaco seguro que son más que siete, palabrita de honor, porque hay que verlo.
La carrera en sí fue emocionante. Un Ferrari se comió una valla (Massa), pero el otro luchó por la primera posición (Alonso). La carrera acabó con tres coches en cabeza (Vettel, Alonso y Button, por este orden) pegadísimos entre sí, con probabilidades de victoria para cualquiera de ellos, hasta que, paf, mientras doblaban a una caravana de automóviles rezagados, se montó la de Dios es Cristo y acabaron varios coches contra las vallas. Salió el safety car y las ambulancias, Petrov nos dio un susto a todos (no se hizo nada serio, ¡menos mal!) y así acabaron las cosas, a siete vueltas del final. Mónaco es lo que tiene, que siempre pasa lo que no tenía que pasar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario