Cuando Bond, James Bond, pide martini con vodka, lo pide agitado, no revuelto (shaken, not stirred). Lo mismo podría pedir uno a la vida pública. Desconozco las virtudes que distinguen el bebercio mezclado, agitado o revuelto, pero sí sé que la vida pública es mejor tenerla agitada que revuelta.
Cuando se revuelve, se destapan aromas infectos, miasmas pestíferas. Fácil es, inevitable, que acuda el populismo, simple, visceral, arrogante, hueco, para alborotar al personal y luchar contra las ideas, y esa sustancia es el licor que convierte democracia en demagogia, y es fácil acabar embrutecido y dependiente de ese brebaje, que revuelve las tripas, alumbra la pasión y ofusca la razón.
Quiero decir, para que se me entienda, que agárrense, que vienen curvas. Ya se nos ha echado encima una campaña electoral que será bronca y que no nos dejará más remedio que escoger entre Guatemala y Guatepeor. Existe, eso sí, una práctica unanimidad entre los partidos que se proponen: conviene adelgazar la res publica cuando más se necesita; qué malos que son los inmigrantes, fíjese usted; vengan banderas para tapar vergüenzas, tanto da de qué color; la culpa es siempre del otro y si te he visto, no me acuerdo, si uno habla de corrupción, especulación urbanística, mala gestión o recortes del Estado del Bienestar.
Hace un tiempo, leía El Príncipe de Maquiavelo antes de una campaña electoral. Ahora no practico tan sano ejercicio, por respeto a Maquiavelo, que no se lo merece. Maquiavelo está muy por encima de tanta miseria, y no saben cuánto me apena tener que decirlo.
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