La anécdota se registra por primera vez en 1745, y la narra en un diario un pintor holandés de paso por Roma, adonde había ido para conocer a los grandes maestros. No sabemos si la historia es cierta, puede que no lo sea, ma se non è vera, è ben trovata.
Entraba el de Caravaggio en una iglesia, seguido de un grupo de caballeros. Uno de ellos, en señal de deferencia, recogió un poco de agua bendita de la pila y la ofreció al pintor. El de Caravaggio puso cara de pocos amigos y preguntó qué era eso. «Agua bendita, señor Merisi», le dijo el caballero. «¿Y para qué sirve?», preguntó el pintor. El caballero, un tanto consternado, respondió: «Para borrar los pecados veniales de vuestra alma, señor». «Entonces, guardárosla, porque todos mis pecados son mortales», fue la sentencia del pintor.
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