Comercio y bebercio de Fiesta Mayor

Comen todos. Comen y beben. Aquí se celebra todo dándole alegrías al estómago y durante dos o tres días, no importan los excesos y que San Bartolomé nos guarde.

El día 23, víspera de San Bartolomé, es un día muy largo en el que suceden muchas cosas. Un adolescente indígena no asomará las narices por casa si no es para comer o hacer un pis, y aparecerá y desaparecerá en el momento más inesperado. Quien dice adolescentes, dice también adultos, porque ese día los indígenas van de un lado al otro como si les fuera la vida en ello. Las amas de casa indígenas saben que será imposible poner orden. Así, pues, toman sus medidas y preparan ingentes cantidades de comida: una olla llena de macarrones con salsa boloñesa; un saco de albóndigas de Ikea, hay que ver, los suecos; un potaje de garbanzos; una sopa; un montón de libritos empanados...


Cualquier cosa vale, si alimenta y se come en un pispás. Se deja todo a punto y allá cada uno con su ansia de comer. Así, quien entra en casa pasa por la cocina y en cinco minutos ya se ha alimentado en exceso y de manera inconveniente, que es de lo que se trata.

Por la noche, muchas colles (grupos de amigos) cenan para celebrar su amistad. A veces, en un restaurante, que proporciona un Menú de Festa Major (generalmente, caro); a veces, en casa de alguno. Puede ser formal o informal, se puede comer mucho o muchísimo, pero el inicio del castell de focs a las once de la noche será un límite que no podrá sobrepasarse.

Estas cenas ponen a prueba la amistad de muchos años. Las mujeres de ellos son malas como la quina; los maridos de ellas son estúpidos; es fácil que alguno se emborrache; se critica a Fulanito y Menganito, hasta que uno cae en cuenta que se sienta al lado de su hermano; se deja verde a cualquiera que se ponga a tiro de tanta maledicencia; se añoran los viejos tiempos, en los que uno era joven e idiota; se recuerdan viejas novias y las mujeres salen con un escandalizado ¡Nunca me lo habías contado!, que se arrastra toda la noche y algunos días más... A Dios gracias, estas cenas sólo se celebran una vez al año.

Después de los fuegos, nada de comercio, pero más bebercio. Si uno es un machote y aguanta hasta la madrugada, es obligado desayunar frente al Ayuntamiento.


A mediodía del día de San Bartolomé, después de la Sortida d'Ofici, llega el vermú, que unos escriben vermut y otros, vaya por Dios, vermouth. Lo tradicional es tomar el vermú mientras la banda toca aires de fiesta. Suele irse a uno de los dos casinos del pueblo, el Prado o el Retiro, y no seré yo quien diga en cuál de los dos es mejor, porque si digo que en el Prado, los del Retiro van a por mí, y si digo el Retiro, los del Prado no correrán menos. Se toma el vermú y punto.

Luego viene una comida familiar, que acostumbra a ser copiosa y multitudinaria. También, un tanto particular. Los adolescentes están realmente afectados por veinticuatro horas casi seguidas de juerga; los padres no crean ustedes que están mucho mejor, porque la edad ya no tolera tantas alegrías, y se dedican a mortificar a los adolescentes preguntando con quién has estado, qué has hecho, a qué hora has vuelto a casa...; las impertinencias de suegras, cuñadas y concubinas son más punzantes y dolosas que de costumbre, dado el lamentable estado del personal; lo peor del caso es que suegras, cuñadas y concubinas están tan frescas, que mala hierba nunca muere; la resaca y el agotamiento provocan diálogos de besugo y el asunto se resuelve y concluye con una siesta prácticamente obligatoria.

Llegados a este punto, una revelación escandalosa. Les parecerá mentira, pero no existe un plato típico del día de San Bartolomé. Ni siquiera un postre, un dulce, una galleta... Pero cada familia indígena tiene su propia tradición culinaria. Unos canneloni alla Rossini sui generis, por ejemplo, que están muy ricos, suelen ser habituales. En todo caso, tiene que ser un manjar abundante, calórico e inapropiado para las altas temperaturas del día, regado con licores y vinos.

¿Cenar? El día de San Bartolomé no se cena. Se vuelve uno borracho a casa y ya está. Y eso nos lleva a realizar una observación sobre el bebercio.

Es notable la influencia de los bárbaros del norte en la dieta mediterránea, después de tantos años de turismo y televisión. Los bailes populares y los indígenas que asistían a su paso llevaban consigo una bota de vino como parte del uniforme... digo, del traje regional. Yo he visto, años ha, bailarines con el vino a cuestas, no me lo invento, y he visto cómo le daban y cómo bailaban con las camisas blancas mojadas de arriba abajo de sudor y vino. In uino ueritas, me dijeron, pero para mí que iban cocidos desde el primer cohete.


Hoy, en cambio, la Festa Major huele a cerveza. Se bebe mucha cerveza, a litros. El vaso de plástico con esa bebida estupefaciente color de orina forma parte del traje popular indígena. La cerveza sirve para beber y, esto es una novedad, para ser derramada encima del primero que pasa por ahí. La orgía etílica que acompaña al concierto de chirimías y prosigue con el paso de los bailes por la villa será mediterránea por la geografía y nórdica por el licor.

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