San Miniato al Monte



Tanto los florentinos como los forasteros se enamoran de esta pequeña iglesia. Se eleva un tanto sobre la ciudad y ofrece un paisaje bellísimo a sus visitantes. También, a los residentes de la zona, porque al lado mismo de San Miniato al Monte hay un cementerio histórico donde reposan los restos de ilustres florentinos: militares heróicos, señores con bigote, doncellas tristes...


Cuentan que Miguel Ángel, ese Miguel Ángel, la consideraba la iglesia más bella de Florencia. Cuando el asedio de 1523, los florentinos instalaron un puesto de artillería justo delante de San Miniato al Monte, y al poco apareció Miguel Ángel y una tropa de voluntarios que cubrieron la iglesia con cestos de tierra, para evitar que algún proyectil enemigo pudiera dañarla.


En los tiempos del emperador romano Decio, ser cristiano era un delito de traición, porque los cristianos se negaban a jurar fidelidad a Roma. Sólo a Dios, decían. Pues, entonces, ustedes mismos, respondían los magistrados romanos. De ahí, los mártires, que fueron centenares.

San Miniato fue el primer mártir de Florencia... y era un turista. Unos dicen que un mercader griego; otros, que Armenio. La cuestión es que, ejerciendo de peregrino, id est, de turista, iba de paso y se quedó en Florencia. Se encerraba en una cueva para rezar y arrepentirse, de donde procede la fama de los hoteles italianos.

Sabio entre los cristianos, un tipo estrafalario entre los hombres de bien, le llegó el turno de ser interrogado por la milicia. Miniato, iracundo, dijo lo que no tenía que haber dicho, que él sólo juraba fidelidad a Dios Padre y que el César era el Anticristo y tal y cual, en vez de dar a César lo que es del César y a Dios, lo que corresponda. Los magistrados romanos se llevaron las manos a la cabeza, pues él solito se había condenado.


Existen dos versiones sobre su martirio. En las dos muere decapitado. En la primera versión, bajaron entonces docenas de ángeles del cielo, tomaron su cuerpo y lo subieron a lo más alto del Mons Fiorentinus, con gran aparato de músicas, cantos y prodigios, donde, a partir de entonces, los cristianos veneraron sus restos. ¡Caramba...!

Pero es la segunda versión la que se da por más creíble en Florencia. Va el verdugo y le arranca la cabeza de un tajo. Va Miniato, toma la cabeza debajo del brazo y se aleja andando del cadalso, para caer unos pasos más allá, que es, sí, lo más alto del Mons Fiorentinus. Se trata de un milagro más razonable.

En el siglo VIII levantaron una capilla en el lugar. La actual iglesia comenzó a levantarse en el siglo XI. Al principio, formaba parte de un monasterio benedictino, pero luego (en el siglo XIV) se la quedaron los clunicienses, que siguen ahí. Sobre quién la pagó y con qué dineros, fue el Arte de la Calimala, el gremio o patronal de los artesanos y comerciantes de lana, poderosísima en Florencia, y muy piadosa (si no había dinero de por medio, naturalmente).


Es una pieza románica excepcional. Su fachada polícroma de mármol es del siglo XI y XII, y Brunelleschi (quién, si no) la modificó y rehizo ligeramente (hoy diríamos que la restauró). En lo más profundo de su cripta, se venera un relicario con los restos de San Miniato. En efecto, Miniato parece pequeño... Pero ¿son los restos auténticos del mártir? No diré ni que sí ni que no, porque no lo sé, pero me da que son reliquias de la remesa carolingia del siglo VIII.


La fachada engaña, véase el dibujo y compárese con las fotografías. En la parte baja, anuncia cinco naves con cinco arcos, pero la iglesia sólo tiene tres naves, la central y dos laterales, como anuncia la parte más alta del frontal. El mármol blanco de Carrara y el serpentino verde de Prato imitan la decoración de la arquitectura clásica romana (el opus reticulatum) tanto en el interior como en el exterior. Un mosaico del siglo XIII en la fachada completa la impresión. Es más que notable que un edificio románico juegue con tanta sabiduría con las estructuras y las formas de la arquitectura clásica, y que mezcle lo cristiano y lo pagano con tanta gracia.


El interior también es singular. La cripta es enorme y el coro y el presbiterio se tienen que elevar sobre la planta. Se accede a ellos a través de dos escalinatas que nacen en las naves laterales. A todas luces, bellísimo e inusual. El ábside es todo un mosaico... Oh, qué mosaico.


El pavimento también es cosa de verse, y algunos frescos y pinturas (los más importantes, de Gaddi). Se conserva un crucifijo milagroso procedente de la iglesia de la Santa Trinità justo donde la reliquia de San Miniato, que está conservada en una capilla diseñada por Michelozzo (siglo XV). En alguna parte está la tumba de un cardenal portugués que sabe Dios qué hace ahí, porque, aparte de Miniato, es el único cuerpo enterrado en la iglesia (en el siglo XV, también).


La caminata vale la pena. El paisaje, también. Es uno de los rincones más bellos de la ciudad.

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