En Florencia, más cerca del cielo (III)

La altura protagonista de Florencia es, sin duda, la cúpula de Brunelleschi. Los florentinos la llaman il Cupolone, algo así como el Cupulón. Porque, damas y caballeros, vaya pedazo de cúpula que nos dejó Brunelleschi.


El Cupolone es, a todas luces, una exageración, una cosa desmedida.


Es una estructura de 100 metros de altura interior (medida desde el altar de la catedral) y 114,5 metros de altura exterior (medida desde la calle). Su diámetro exterior es de 45,5 metros; su luz (el diámetro interior) pasa de los 41 metros. Toda ella pesa 37 toneladas y se construyó con cuatro millones de ladrillos especialmente diseñados para la ocasión (basados en el tocho romano) y dispuestos de una manera muy especial, bajo la estricta supervisión de Brunelleschi.


Para maravilla del personal, es una estructura isostática: está diseñada para que ella misma anule los empujes horizontales provocados por el peso de la estructura. De esta manera, el tambor sólo tiene que soportar su peso, ningún empuje lateral, y puede elevarse con elegancia y sin arbotantes. De hecho, son dos cúpulas conectadas y apoyadas entre sí; la interior es más apuntada que la exterior; la interior tiende a desplomarse en dirección contraria al posible desplome de la cúpula exterior, y así se equilibran.

Etcétera, etcétera, etcétera.


Podría hablar muchísimo sobre la cúpula de Brunelleschi, pero prefiero proponer la subida de los 433, o quizás 436, escalones que llevan de la planta de la catedral a la linterna. Cuesta ocho euros la entrada. No hay ascensor, ni aire acondicionado, nada. El camino es estrecho y se va torciendo a un lado a medida que sigue la ascensión.


A la altura del tambor, uno se asoma al interior de la catedral. Hace veinte años, sólo había la barandilla de piedra y la sensación de vértigo, el pánico, era tremebunda. Ahora han puesto un cristal que dificulta los suicidios y permite contemplar el espectáculo con seguridad. Hacia abajo, el vacío; hacia arriba, los frescos con los que Zuccari y Vassari, asociados para la ocasión, pintaron en la cara interior de la cúpula.

Detalle del fresco. Hacia la izquierda, puede verse una de las llamadas grietas estructurales de la cúpula.
In situ, por el autor..

Se trata de la pintura al fresco más grande del mundo, que no la mejor. Representa el juicio final, con Cristo en su Gloria, los santos a un lado y otro y el infierno debajo, lleno de pecadores que sufren las mil y una para disfrute del personal que se lo mira desde el Cielo. Los aventureros que escalan el Cupolone tienen muy lejos el Cielo; pero el Infierno, a tocar de los dedos.


Arriba del todo, el paisaje es... En fin, es el punto más elevado de Florencia y se ve todo lo que se puede ver.

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