Fútbol, política, corrupción, amor, echadoras de cartas y guardias civiles


Don José Laparra, incauto y enamoradizo, cuando presidía el C.D. Castellón..

He leído en la prensa el caso del antiguo presidente del Club Deportivo Castellón, que no es deportivo, sino de fútbol. En la historia, que no tiene desperdicio, se unen una trama de corrupción política, un equipo de fútbol, una historia de amor, una echadora de cartas y que no falte la Guardia Civil. Lo tiene todo.

El resumen del caso es el que sigue.

Uno de los protagonistas es don José Laparra, un hombre que hoy suma 46 años. Había sido presidente del Club Deportivo Castellón entre 2006 y 2011. Dejó el cargo por problemas de salud, pero en noviembre de 2012 fue denunciado por el club por su particular manera de gestionar las cuentas de la entidad. Don José es además empresario, con intereses en la hostelería, los geriátricos, las agencias de viajes y los negocios inmobiliarios; también aparece brevemente en los papeles del caso Gürtel.

¿Qué le ocurrió a don José? Se enamoró. Eso le puede pasar a cualquiera.

Pero ella no le hacía ni caso y don José, ay, se desesperó. Eso también puede ocurrirle a usted y hasta aquí no hay nada que censurar en esta historia.

Don José soñaba con este momento.

Ahora viene lo bueno. Doña Carmen F.G. aconsejó a don José que acudiera a una vidente. Carmen F.G. es una amiga de don José y la vidente en cuestión, doña Lucía Martín, reside y residía entonces en Magallón, provincia de Zaragoza.

¿Qué hizo don José? Pues ¿qué piensan ustedes? ¡Acudir a la vidente!

La vidente cuenta treinta años en su haber y hace pocos había trabajado en una línea de tarot telefónico en Barcelona, de ésas de pago a tanto el minuto. Con tal experiencia y formación, decidió instalarse por su cuenta y riesgo y ganarse la vida sacándole el dinero a los incautos en vivo y en directo. Se retiró al pueblo de Magallón con su familia y allá recibió a don José.

La urbe de Magallón, en el Campo de Borja, Zaragoza.

La vidente preparó un conjuro a don José para que éste se llevara al huerto a su objeto del deseo. Don José tenía que realizar abluciones con agua impregnada de pétalos de flores blancas y embadurnarse con tierra procedente de un cementerio durante cuarenta días, al final de los cuáles ella caería como fruta madura en sus brazos.

Don José, esperanzado y agradecido, pagó a la vidente 165.000 euros.

Dicho y hecho. Allá ven a don José echando pétalos de margarita en una palangana, lavándose después la cara y las manos con esa agua y en acabar, echarse tierra de camposanto por encima. Con la misma fe con que un adolescente se pone crema contra el acné, andaba don José haciendo el burro y pensando en el momento de ver cumplidos sus deseos.

Pero ¡quiá! Pasados cuarenta días, la churri le dijo que las manos quietas, que quién te has creído, largo de aquí y vete a tomar viento.

Don José, frustrado y furioso, recordó los 165.000 euros que había pagado a la vidente. ¡En mal día...! Pidió por teléfono que le devolvieran el dinero, pero doña Lucía, la vidente, le dió largas. Así que don José llamó a su chófer (su primer día de trabajo), a doña Carmen F.G. y a unos amigos y se subieron todos al coche del enamorado despechado. Vamos a cobrar una deuda, le dijeron al chófer. A Magallón, que sea rapidito.

Se plantaron poco después en la puerta de la casa de la vidente, en Magallón. Abrió el padre de la vidente. Conocía de vista a don José, un bobo... digo, un cliente de su hija. ¡Caramba con el negocio! ¡Va viento en popa! Éste pagó 165.000 cucas y repite. Pues, pasen ustedes, pasen, por favor, sean ustedes bienvenidos.

¡Bien poco imaginaba en qué iba a acabar la visita! A doña Lucía no se le había ocurrido prevenir a su padre.

Venga mi dinero, que me habéis engañado, dijo don José. Mientras el padre atendía a los recién llegados y comenzaba a preocuparse, doña Lucía Martín, la hija vidente se escondía debajo de la cama y llamaba desde allí al 112. Llamar al teléfono de emergencias es un conjuro que funciona razonablemente bien, porque poco después se presentó la Guardia Civil en casa y se armó la de Dios es Cristo, pues los picoletos arrestaron a todo el mundo.

El chófer de don José fue dejado en libertad sin cargos aquella misma noche. Como ya he dicho, era su primer día de trabajo. Se había quedado esperando en el coche a una calle de allí y no sabía la que se estaba cociendo hasta que le cayó encima la Benemérita. Tuvo que volver a casa en autobús de línea, porque los picoletos incautaron el coche.

Don José acabó en el hospital. Al ver entrar a la Guardia Civil por la puerta, le dió un patatús y tuvieron que llevárselo en volandas a urgencias, porque don José padece problemas coronarios y creyeron que se les iba al otro barrio. No fue tal, sino una crisis de ansiedad, de la que se recuperó convertido en reo.

Los dos amigos y la amiga de don José pasaron la noche en los calabozos. A la amiga le encontraron una pistola de fogueo en el bolso. Ella dice que no amenazó a nadie con ella y don José juró y perjuró que no sabía nada de esa arma. El caso es que todos, don José incluído, han sido puestos en libertad, pero acusados de allanamiento de morada y realización arbitraria del propio derecho, que es como se dice tomarse la justicia por su mano. Se les va a caer el pelo.

La familia de doña Lucía Martín también se ha llevado un disgusto, que no tenían previsto. El padre de la vidente, al ver tanta gente en su casa, dijo que reunió el poco dinero que tenía a mano para intentar devolver al menos una parte de lo que había pagado don José y apaciguar los ánimos. 

Cuando llegó la Guardia Civil, los invitados ya tenían 22.500 euros en los bolsillos. Los picoletos registraron la casa y dieron con 145.000 euros más, algunos envueltos en paquetes de papel de periódico.

Doña Lucía Martín, vidente, no se fiaba de los bancos y guardaba todo esto en su casa.

Todo ese dinero está ahora en manos del juez, porque se han abierto diligencias por posible fraude fiscal. La echadora de cartas cobraba lo que cobraba y parece que no lo declaraba a Hacienda.

En resumen, nadie vio venir la que se le echaba encima, ni la vidente ni don José.

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