El ilustre genovés vestido con un camisón confeccionado por niños esclavos que anuncia empresas de un régimen autoritario árabe. Además, la zamarra le desfavorece y engorda.
Son 94.000 euros más IVA, céntimo arriba o abajo. La casa Nike, que tendría que pronunciarse niké, que significa victoria, en griego clásico, aunque los americanos digan nikéi y los pijos de casa bien, náik o náiki...
La casa Nike, decía, ha pagado todo ese dinero al Ayuntamiento de Barcelona para poder hacer publicidad de la nueva camiseta de los futbolistas del F.C. Barcelona. Con el beneplácito municipal, la hace en el monumento a Colón, tocando al puerto y las Ramblas.
¿Cómo? Cubriendo la base del monumento con una lona donde se anuncia a bombo y platillo que los jugadores del Barça visten camisetas Nike, confeccionadas por niños esclavizados en alguna barriada miserable de una gran ciudad asiática. Más arriba, se culmina el anuncio cubriendo al genovés con una zamarra con los colores del club de balompié. Ahí queda eso. Don Cristobal parece un gordinflón en camisón un tanto consternado en vez del heroico marino italiano que se hizo a la mar.
Como la polémica se ha desatado en todas partes y nadie habla de otra cosa, el reclamo publicitario ha salido baratísimo y los publicistas de Nike se frotan las manos.
En la catedral se anuncian bancos que no cobran comisiones por ir al cielo.
En la plaza Francesc Macià, anuncios pijos.
En la plaza Catalunya, se anuncian gorilas coreanos, o algo así.
En la plaza de Sant Jaume, alertan sobre los vecinos de al lado y enfrente. Cuidado.
No es la primera vez que ocurre en Barcelona, ni será la última en que se emplea la maxipublicidad para cubrir un monumento, aunque, como suele decirse, esta vez se han pasado tres pueblos.
Sobran los ejemplos, pero en este último hemos conseguido incumplir las ordenanzas municipales cuando nos ha dado la real gana, hacer publicidad de una marca que trabaja con mano de obra infantil en países subdesarrollados e indirectamente, de un régimen autoritario árabe. Todo a costa de un monumento que no lo merece y con la excusa de un club de fútbol que se come, cada año, 100 millones de euros del tesoro público que podrían dedicarse a hospitales y escuelas. Hemos demostrado una vez más que el Barça es más que un club, es a la vez síntoma y alimento de nuestra gilipollez provinciana, carranclona y hortera.
Me apena decir que Barcelona hace el ridículo, pero no es ni la primera ni la única ciudad que lo hace, y eso me apena todavía más (no hay adonde huir, válgame Dios).
El caso de Italia es sangrante y doloroso. Si la Sagrada Familia aparece un día pintada con los colores de la Coca-Cola, todavía saldremos ganando, pero que tapen los palacios del Gran Canal de Venecia con maxipublicidad no tiene nombre ni perdón de Dios. El caso del gran palacio ducal de Venecia fue la gota que colmó el vaso de los que amamos la belleza.
El palacio del Gran Dux de Venecia se vende a un zapatero. Lo que hay que ver.
El puente de los suspiros, la chispa de la vida y la madre que los parió, por una vez que me vengo a Venecia...
Durante tres años seguidos, el palacio ducal se ha visto cubierto por grandes lonas que anunciaban bebidas, zapatos, automóviles, relojes, ropa interior... Todo ello gracias al Codice dei Beni Culturali (Código de Bienes Culturales), que permite la llamada maxipublicidad sobre las fachadas de los monumentos. Eso sí, tienen que darse dos condiciones: la primera, que cuente con la autorización del superintendente responsable, que en Venecia fue la superintendente de Bienes Arquitectónicos y Paisajísticos, Renata Codello, la madre que la parió; la segunda, que los ingresos publicitarios sean los que permitan costear la restauración del monumento.
Venecia en particular e Italia en general se enfrentan a un problema tremebundo, que es el mantenimiento de tantas, tan bellas y tan importantes obras de arte que necesitan una restauración a fondo. La República Italiana no puede con todo y los patrocinadores... Miren, qué quieren que les diga: la cultura vende menos que el fútbol y no hay más que decir. Así que se planteó el uso de la maxipublicidad en las lonas que cubren los monumentos en proceso de restauración, para que se vean bien y desde lejos. El suceso ha puesto los pelos de punta a más de uno.
Se ha publicado recientemente que la maxipublicidad del palacio ducal de Venecia ha costado al anunciante unos 40.000 euros al mes. Eso es más barato que comprar dos páginas de publicidad diarias en un periódico y tiene una difusión mucho mayor. Además, la maxipublicidad del palacio ducal sólo ha pagado 2.200.000 euros y los 600.000 que faltaban para completar la restauración se han tenido que sacar de debajo de las piedras. Es decir, que no funciona tan bien como se decía para conseguir dineros, perjudica la imagen de la ciudad y el único beneficiado es el anunciante, que aprovecha la bien merecida fama de una obra de arte para anunciar bienes consumibles.
A tal punto llegó la ofensa que tan pronto Venecia anunció su candidatura a ser la capital de la cultura europea en 2019, se publicó un manifiesto para retirar la maxipublicidad de los canales de Venecia. Lo presentaron en sociedad con las firmas, ahí es nada, de los directores del British Museum, el Museum of Modern Art de Nueva York, del Hermitage, del Victoria & Albert Museum, del Museum of Fine Arts de Boston, del Museo de Dresde, del Moderna Museet de Estocolmo... Se sumó a la iniciativa sir Norman Foster, arquitecto; no así Calatrava, que entonces estaba robando millones de euros a los venecianos con su puente resbaladizo.
La polémica está servida. En Venecia, aquí o allá. ¿Hay que dar paso a la maxipublicidad? ¿Cómo obtener fondos, si no? ¿Qué reglas tendrían que observarse en estos casos? ¿Vendemos la Sagrada Familia a la Coca-Cola? De rojo y blanco ganaría mucho, la verdad.
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