Anticapitalistas precoces


La actividad ferroviaria en la isla de Sodor es intensa.

En la pantalla, Thomas and Friends. El público, mis dos sobrinitos (él, cinco años y ella, dos) y el que escribe. Los trenes hacen chuchú y van de un sitio al otro de la isla de Sodor, al dictado de los libros que, años ha, escribió el reverendo Wilbert Awdry y su bienamado hijo Christopher.

Los capítulos de las primeras series, protagonizados por locomotoras Märklin de escala 1/32, han dado paso a capítulos generados por ordenador, pero no ha cambiado la esencia. La serie muestra los beneficios de la camaradería y la necesidad de cumplir con un horario, que son trenes, caramba. A mí me gustan los capítulos filmados con maquetas; a mis sobrinitos, los generados por ordenador.

En éstas, oigo que los pequeños comienzan a abuchear la pantalla. Buuu, buuu, dicen. La pequeña señala y exclama ¡Tonto! El pequeño se suma a la protesta. ¡Sí, tonto! 

Sir Topham Hatt, en versión original, tal como lo describió el reverendo Awdry.

En la pantalla, el personaje conocido como the Fat Controller en unos capítulos o como the Fat Director en otros, sir Topham Hatt. Esos dos epítetos responden a una cuestión económica y política. Cuando el reverendo Awdry escribió los cuentos de Thomas y sus amigos, sir Topham Hatt era el director gerente de la red de ferrocarriles de la isla de Sodor. Poco después, se nacionalizó el ferrocarril en el Reino Unido y hubo que cambiarle el cargo y hacerlo Controller. Con Thatcher y los conservadores de vuelta a Downing Street, el ferrocarril volvió a privatizarse. Todo, en medio de una gran polémica. Los guionistas de la serie han preferido evitar el enfrentamiento político y llamar al personaje sir Topham Hatt, simplemente.

Por mucho azúcar que le echen, el jefe sigue siendo el jefe.

Pues, como decía, pitos y abucheos. ¡No! ¡No! ¡Tonto! gritaba la pequeña. ¡Buuu! ¡Buuuu! protestaba el mayor. Sir Topham Hatt, impertérrito, repartía órdenes entre las locomotoras. Éstas, atemorizadas, asentían. Nuevas obligaciones y horas extras no retribuidas.

Mi hermano asomó las narices y contempló la escena. Sonrió y me dijo: Nadie es capaz de engañar a los niños.

¡Tonto! ¡Tonto! proseguía el abucheo.

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