La gente habla raro



Una oferta de trabajo solicitaba un generador de contenidos digitales. Pedía, en verdad, alguien que supiera escribir artículos para un sitio web. Un amigo mío me recomendó poner en valor mis potenciales de crecimiento y me dejó consternado. Es el pan de cada día. La gente habla muy raro. 

En una parada del autobús, una mujer de mediana edad quería quedar para merendar con sus amigas. Yo te expongo la situación, decía, y luego concretamos un acuerdo. ¡Caramba! 

En una empresa, doy fe, ya no se ponía a la gente de patitas en la calle, ni siquiera eran despedidos, ni tan sólo se procedía a una reestructuración de los puestos de trabajo, sino que (¡atención!) se liberaban parte de los recursos humanos de sus obligaciones contractuales con la empresa y (¡encima!) se les daba la oportunidad de empoderar sus capacidades para rediseñar un futuro profesional más acorde con sus preferencias, ahí es nada y maldita la gracia. Supongo que añadiría ¡Felices fiestas! para completar el relato.

Los políticos son un pozo de sorpresas (desagradables): destrozan el lenguaje constantemente. Mal asunto, porque la lengua os hará libres y hablar mal, esclavos. La neolingua de 1984 asoma sus narices un día sí y otro también. No pondré ejemplos. Son espeluznantes y asoman en la prensa, la radio y la televisión con el desparpajo y la mala fe de quien se niega a hablar claro donde es imprescindible llamar a las cosas por su nombre. A la mala leche que provocan los significados se suma el horror de los significantes, y hasta aquí hemos llegado.

¿Una batalla perdida? Ojalá que no.

Etcétera. Vivo rodeado de palabras enemigas, cargadas de malas intenciones bajo las sílabas, de significado incierto y dichas con aviesa intención. Aviso para navegantes: Lo peor no es el uso de estos palabros, sino que éstos son la tapadera de lo que se hace en su nombre.

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