Mijail Timoféyevich Kaláshnikov (1919-2013)


Réplica de un AK-47.

Es el símbolo del producto industrial, fabricado por millones alrededor de todo el mundo. Desde el punto de vista de un ingeniero, es una máquina espléndida. Es el símbolo de la Revolución (con mayúsculas). Aparece en cualquier relato de guerrillas, en la crónica de sucesos, lo esgrimen los terroristas cuando amenazan con liarla. Es un símbolo pop, aparece en la bandera o el escudo de varias naciones. Se conoce por el nombre de su diseñador.

Hay quien lo llama kalashnikov (acentuando kov); hay quien dice jalasnikof, con jota; hay quien se aproxima a la pronunciación correcta con algo parecido a kaláshnikov, con ese hache. Enseguida les viene a la cabeza el fusil AK-47 y sus sucesores, el arma que diseñó Mijail Timoféyevich (Mijtim) Kaláshnikov en los años cuarenta. 

Kaláshnikov en 1997. Su fusil había cumplido 50 años.

Mitjim diseñaba armas de fuego, pero hubiera pasado desapercibido si no lo hubieran herido en el frente de Leningrado, en 1942, luchando contra los invasores nazis. En el hospital, ideó un subfusil y llevó ese diseño a un concurso para sustituir al ppSh 41, el subfusil soviético de reglamento, que era un tanto pesado y anticuado. No ganó el concurso, pero llamó la atención de los responsables de la industria de armamento. Éstos lo alejaron del frente y lo pusieron a diseñar fusiles. 

Tropas soviéticas armadas con el subfusil ppSh 41, tomando al asalto el metro de Berlín. Todo un símbolo de la Gran Guerra Patria (así llaman los soviéticos a la Segunda Guerra Mundial). 

Por aquel entonces, los alemanes probaron en el frente lo que sería más tarde conocido como fusil de asalto (Sturmgewehr). Lo más destacado de esa arma era su munición, un cartucho de fusil con la vaina recortada. La idea era brillante y los rusos pronto la copiaron. Diseñaron un cartucho de fusil corto en 1944 y solicitaron a las empresas de armamento un fusil automático a juego. Mitjin se puso a ello.

Soldado alemán con el Stg. 44, a principios de 1945. Aunque se parece al kaláshnikov, el Sturgewehr 44 tiene poco en común con el diseño soviético. Si acaso, la munición es parecida.

Qué mala es la envidia. Los críticos dicen que no inventó nada nuevo y que además copió a los alemanes. Una verdad a medias. Empleó un cartucho inspirado en el kurtz alemán, cierto, y un cierre de aquí, una corredera de allá, un émbolo de tal y un gatillo de cual, conocía la obra de Browning, los fusiles avtomat (automáticos) que le precedieron, etcétera, y lo reunió todo en un prototipo desmañado y feo que bautizó AK, avtomat kaláshnikov. Esa reunión sólo pudo hacerla un genio un día con suerte, una vez entre millones, cualquier ingeniero se lo confirmará.


Arriba, el primer prototipo del AK-47. 
Abajo, el primer AK-47 fabricado en serie.

En 1947, se presentó ante el Ejército Rojo el AK-47, el diseño definitivo del primer kaláshnikov. Tuvo un éxito inmediato y se convirtió en el arma de reglamento de la Unión Soviética primero y de todos los países del Pacto de Varsovia después. Pronto se fabricó en China, en Polonia, en Checoslovaquia, Alemania Oriental, Rumanía... Cada fabricante introducía variantes locales a un diseño excepcionalmente eficaz. 

La heroica infantería de marina soviética, posando para la propaganda. Los soldados llevan AK-74, una versión con munición de menor calibre del AK-47.

Se fabricó y vendió sin patente hasta 1999, cuando los rusos patentaron las armas basadas en este diseño (la familia AK-100). Sigue fabricándose y vendiéndose haciendo caso omiso a las protestas de los rusos, propietarios de Izhevsk Corporation, la que fabrica los fusiles que descienden del primer AK-47 para la Federación Rusa. Ahora, agárrense. Se calcula, porque no se sabe con certeza, que se habrán fabricado unos cien millones (100.000.000) de estos fusiles de asalto entre 1947 y hoy mismo, a los que sumar algunas otras armas (ametralladoras ligeras, escopetas de repetición o subfusiles) que nacen a partir del diseño del AK-47 original. ¡Pocos productos industriales pueden presumir de unas cifras como ésta!

Señoritas de Corea del Norte desfilando ante el Gran Líder con la versión local del AK-47 en brazos.

Cien millones de fusiles de asalto son muchos fusiles y se asegura que no ha habido arma más mortífera que este fusil en toda la historia. Ha matado a millones de personas en todo el mundo. Ni se sabe a cuántos, a ciencia cierta, pero ha provocado más muertes que las bombas atómicas o la aviación, pueden estar seguros. Es barato y con él se mata fácil. Peor me lo ponen si resulta que uno puede conseguir un kaláshnikov por 100 dólares en el mercado negro de una zona en conflicto (eufemismo). Será un fusil viejo y escacharrado, que ya no tirará recto y tendrá muchos años a sus espaldas, pero funcionará todavía, porque es un kaláshnikov, y matar, matará.

El AK-47 sigue matando. En Siria, por ejemplo.

Consta en el arsenal de más de 90 ejércitos de todo el mundo; en 55 de ellos es el arma de reglamento. Está en manos de buenos y malos, de policías y delincuentes, de movimientos de liberación, guerrillas, grupos terroristas o locos homicidas, de ésos que entran un día en la oficina, dan los buenos días y comienzan a disparar sobre todo lo que se mueve. Ha disparado y sigue disparando en guerras y revoluciones en los cinco continentes, ha matado y sigue matando en todas partes. 

Bin Laden murió con una lata de Coca-Cola en la mano y un AK-47 a tocar de los dedos.

No sabemos si Mitjin tuvo problemas de conciencia. Declaró una vez (más de una) que se sentía orgulloso del éxito de su diseño. Ha permitido que muchos pueblos vivan ahora en libertad, decía. Por eso se convirtió en uno de los personajes más condecorados de la Unión Soviética, y de la Federación Rusa. La lista de condecoraciones, premios y honores que se ha llevado a la tumba es un no acabar de distinciones. Dijo lo que dijo... ¿convencido? Posiblemente. No lo sé. 

Fue tal la fama del nombre, que hasta hicieron vodka con él.

Dicho esto, recuerdo un poema del entonces sacerdote Karol Józef Wojtyła, un polaco que para evitar ser deportado tuvo que trabajar en una planta química alemana (Solvay) que fabricaba (entre otras cosas) los componentes del Zyklon-B. Tantos jóvenes mueren a mi alrededor, decía. ¿Por qué no yo? 

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