El día 23 atardeció cada vez más caluroso y húmedo, y no se movía el aire ni para delante ni para atrás. Se echó encima de la población el plomo del verano y los humos de pólvoras y petardos que habían alimentado los fuegos de bestias y demonios se arrastraban por las calles con lentitud, bien pegados a tierra, provocando una niebla sulfurosa e infernal. Me remito a la fotografía, tomada poco después de las siete y media, apenas iniciado el baile.
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