La polémica de los fastos de 2014


Víctimas del gas lacrimógeno, ciegos, en abril de 1918.

Ha saltado la polémica sobre los fastos y las celebraciones previstas en 2014. Al parecer, el gobierno ha propuesto una línea de discurso que no es del agrado de algunos historiadores.

Según éstos, el Gobierno de Su Graciosa Majestad interpreta los hechos de tal manera que ellos se sienten incómodos. Maria Miller, en cambio, la actual secretaria (general) de Cultura, ha intentado explicar que el programa de celebraciones y conmemoraciones que se iniciará el 4 de agosto del año que viene ha sido preparado con exquisito rigor.

Ya ven: la polémica está servida. Porque el gobierno es verdad que pisa con pies de plomo a la hora de celebrar los fastos del 2014, pero los historiadores que protestan lo hacen con argumentos muy sólidos.

Porque el año que viene, en efecto, se cumplirán cien años de un tiroteo que provocó millones de muertos. De aquí a unos días, 99 años. Les diré.

Gavrilo Princip, un nacionalista serbio de la Mano Negra, sacó de su bolsillo una FN 1910 del 9 corto (9 mm Browning), con el número de serie 19074, y achicharró a tiros al archiduque Franz Ferdinand (Francisco Fernando) y señora. Lo mató en mal día, a finales de junio. Se conservan los restos del atentado (el automóvil, las ropas que llevaba el archiduque cuando lo balacearon, la pistola) en el Museo del Ejército en Viena, y no es para menos, porque esos balazos iniciaron la Gran Guerra y dieron un vuelco a la historia de Europa.

Austria-Hungría creía que la Mano Negra contaba con el apoyo de los servicios secretos serbios y envió un ultimátum a Serbia, a la que tenían ganas por meter sus narices en los Balcanes. Serbia respondió por dónde podían meterse el ultimátum y Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia. Rusia, aliada de Serbia, ordenó la movilización general y entonces Alemania, sintiéndose amenazada, declaró la guerra a Rusia. Francia, aliada de Rusia, declaró entonces la guerra a Alemania. La Gran Bretaña, qué remedio, se sumó al baile. Etcétera.

Todo el mundo declaró la guerra a todo el mundo y en noviembre de 1918 ya habían muerto diez millones de personas de la manera más cruel y estúpida posible, en una guerra larga y horrorosa, nunca vista antes. Diez millones de muertos a los que sumar más de veinte millones de heridos y mutilados y siete millones de hombres desaparecidos en combate, casi todos seguramente muertos.

Camilleros en el Somme. La guerra de trincheras en toda su crudeza.

Por eso mismo, los británicos, que perdieron un millón de hombres en los campos de Francia y tuvieron que cargar con dos millones de mutilados, se toman el asunto del centenario muy en serio.

La polémica surge porque se ha extendido mucho la idea de que la Primera Guerra Mundial fue una guerra que pudo haberse evitado (cierto), explicando que fue una guerra sin sentido (todas lo son), fruto más de la torpeza de la diplomacia de entonces y de una locura armamentística sin freno ni tasa (algo de eso hay) que una guerra en respuesta a un peligro o amenaza real de la Triple Alianza contra las democracias europeas. En inglés dicen que it was a futile war, una expresión que cuesta traducir exactamente.

En resumen, uno se pregunta para qué se desgració toda una generación europea. ¿Para nada?

Digo que surge la polémica porque esos historiadores que protestan contra la interpretación oficial de los fastos del Gobierno de Su Graciosa Majestad afirman que el autoritarismo alemán era realmente un peligro para Europa, que el káiser Guillermo ni era tan inofensivo ni sus intenciones tan insulsas como se pretende. Según dicen, el nacionalismo alcanzó en Alemania su máxima expresión, mala y perversa por definición. Alimentada por esta ideología, Alemania se tornó agresiva e iba por el mundo con muy mala idea. Esa ideología se manifestó en la Gran Guerra, pero quedó sepultada bajo la derrota hasta que surgió de nuevo de las alcantarillas y trepó hasta el poder de la mano de Adolf Hitler, la sublimación del nacionalismo en Europa y su máximo exponente.

De hecho, estos historiadores sostienen que la Gran Guerra acabó en falso y que la Segunda Guerra Mundial fue, en cierto modo, una continuación de la Primera. En 1917, Alemania impuso a Rusia condiciones muchísimo más duras que las que luego padeció ella bajo el Tratado de Versalles, dicen. El desmembramiento de Austria-Hungría, lejos de alejar el peligro de imperialismo alemán, lo avivó. Etcétera.

En otras palabras, que la Gran Bretaña no tenía otro remedio ni otra opción que combatir en la Gran Guerra. No porque se embrollara la diplomacia en un juego peligroso, sin tener conciencia del peligro, sino porque defendía la democracia y la libertad de los pueblos de Europa, ahí queda eso.

Futile war? ¡Nada más lejos!

Alemania vería con malos ojos que los británicos les echaran en cara sus ansias imperiales y su proyecto de Unión Europea bajo la protección del káiser, autocrática y sometida a la gran potencia. Entre otras cosas, porque a nadie le gusta que le llamen feo y porque, ay, ay, ay, nuestra Alemania conserva algunos rasgos de esa Alemania imperial y podrían darse por aludidos. Ya me entienden.

Lo dejo aquí. Es sólo un apunte. El tema no es baladí ni se resuelve en tan pocas líneas. Tiene mucha enjundia y merece un análisis muy serio. Los que sostienen que fue una guerra estúpida y evitable tienen muchas razones a mano; los que sostienen que Gran Bretaña hizo lo correcto, también.

Que las guerras son horribles y no traen nada bueno lo sabe todo el mundo, pero sería insoportable que encima fueran futile wars.  
Esperando a ser enterrados. Victims of a futile war?

No hay comentarios:

Publicar un comentario