Censura y pitorreo



Doña María del Remei Vergés, titular del Juzgado de Primera Instancia número 46 de Barcelona, ha resuelto contra siete empresas de medios de comunicación y contra el señor don Diego Torres (cito) descubrir, revelar, publicar, difundir y divulgar, en cualquier modo y por cualquier medio, el contenido de los mensajes de correo electrónico que estén en poder de Diego Torres y que hagan referencia a la vida íntima de Iñaki Urdangarin o de su familia, así como a hacer declaraciones, efectuar comentarios, emitir opiniones o juicios de valor sobre el contenido de dichos mensajes. Ahí es nada.

Lo mejor es que también deja prohibido publicar el encabezamiento y la parte dispositiva del auto (sic) en las portadas de esos periódicos o programas de televisión, porque esta parte del escrito judicial recoge la queja de don Ignacio, que, textualmente, pide que cesen las insinuaciones y juicios de valor sobre presuntas infidelidades, escarceos amorosos o supuestas relaciones extramatrimoniales... que a partir de ahora y gracias a esta demanda son motivo de curiosidad morbosa entre la población.

Es cierto que la vida íntima de cada uno es de él y quien sea tiene derecho a protegerla. Eso no se discute, y además, que don Ignacio le ponga los cuernos a doña Cristina de modo consentido o sin aquiescencia me importa un comino, verdaderamente. Lo que me importa es que nos robaron los dos, algo que me parece evidentísimo, y que las juergas de don Ignacio no aportan nada al caso. Dicho esto, hay que añadir dos cosas.

La primera, la íntima relación entre censura y esperpento. Queda prohibido publicar que se prohíbe publicar tal cosa, aunque se puede publicar que se ha prohibido publicar que se prohíbe publicar tal cosa, y si se han perdido leyendo, tranquilos, que es normal.

La segunda, que el redactor de la demanda de don Ignacio se quedó a gusto. Con pedir que no se publicaran detalles de su vida íntima había más que suficiente. Ésa es la expresión que emplea la juez de Barcelona. Pero pidiendo que no se publiquen presuntas infidelidades, escarceos amorosos o supuestas relaciones extramatrimoniales se cubre uno de gloria, verdaderamente. Quien redactó la demanda merece que le cuelguen una medalla, porque amigos así hacen superflua cualquier enemistad.

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