El Tritordeum ©, limpio y natural



¿Qué tienen en común las vacas, las gallinas, los perros, el trigo, las rosas de jardín...? Que son organismos modificados genéticamente. No existían en la naturaleza y existen porque el hombre los fabricó, combinando las secuencias de ADN de especies salvajes y seleccionando las combinaciones más interesantes para su propósito. Se ha hecho durante siglos mediante el (ahora) llamado método clásico, que introduce secuencias de ADN mediante cruces dirigidos. Es un proceso lento, porque requiere varias generaciones para dar con lo que uno anda buscando. Pero al final salen los monstruos: la vaca lechera, el caniche, la gallina ponedora, el cereal de trigo y un larguísimo etcétera.

La ingeniería genética permite acortar este proceso manipulando secuencias de ADN de forma directa. Para ahorrar trabajos, se extraen de taxones ya existentes y se insertan en otros, en vez de esperar que esta nueva combinación que se estaba buscando surja en una larga serie de cruces forzados (que no naturales). El proceso permite dar con una variante de una especie animal o vegetal en un pispás. El primer transgénico fue una bacteria, en 1983. La primera planta transgénica se creó en 1986. En 1994, se puso a la venta el primer alimento de origen transgénico, un tomate.

La creación de una nueva planta exige un largo y minucioso trabajo científico.

La mayor parte del tiempo invertido en estos trabajos, sean clásicos o de laboratorio, se da en la comprobación de las propiedades de la nueva planta o animal, que dura muchos años. Porque una nueva planta es igual de peligrosa o inofensiva salga de donde salga, por su novedad, no por su origen. Pero no se sabe por qué extrañas razones, la mayor parte de los grupos ecologistas consideran que modificar genéticamente una planta por el método clásico es bueno y modificarla en condiciones controladas en un laboratorio no es malo, sino malísimo.

Mientras el debate sobre la propiedad intelectual de una secuencia de ADN resulta imprescindible y es un asunto muy serio, complejo y en absoluto trivial, el de los peligros inefables de los alimentos transgénicos se parece cada vez más a los debates sobre la curación mediante terapias homeopáticas o la realidad de la videncia extrasensorial. Pero los miedos son irracionales y la cultura científica, pobre. Se dice que lo natural es bueno y decir transgénico es como decir caca y culo, algo feo.

Por eso, el Tritordeum © se presenta al mundo como un nuevo cereal limpio y ecológico. Limpio, limpísimo, porque se ha obtenido del cruce de unas cuantas variedades de trigo y otras cuantas de cebada mediante el método clásico. Mediante un método natural, se apresuran a corregir los responsables del invento. Ha costado tres décadas de trabajo científico, dicen los técnicos e investigadores del CSIC y de la empresa Agrasys, la que puso el dinero.

En total, se hicieron 270 cruces de plantas. Se iban seleccionando los engendros antinaturales surgidos de polinizaciones forzadas y se volvían a cruzar. Porque cambiar la secuencia de ADN mediante una recombinación dirigida no es natural, pero fecundar una planta de cebada con polen de trigo, sí, que es tanto como decir que vaya usted por ahí fecundando macacos, que es lo más natural del mundo. Las técnicas empleadas no son las de la modificación genética en un laboratorio, se admite, pero la planta resultante tiene la genética modificada artificialmente de forma natural, qué lío.

¿Qué diferencia hay, pues? Básicamente, una diferencia comercial. Porque el lobby antitransgénico en Europa es muy poderoso y obliga y obligará a indicar en los alimentos que éstos han sido modificados genéticamente. Europa se ha inclinado hacia el proteccionismo agrícola fomentando los cultivos tradicionales, de proximidad y naturales porque la agricultura moderna y científica, eficiente, eficaz y barata, aparte de sanísima, es más un problema que una solución para la Comisión Europea, que no sabe qué hacer con los excedentes de alimentos. He ahí por qué fomenta cultivos ineficientes, que consumen más recursos por unidad cultivada, que producen menos y que son más caros, pero son naturales, mecachis en la mar, mira tú qué bien.

Los italianos también han participado en la investigación.

Por eso, el Tritordeum © ha sido modificado genéticamente de forma natural. Ergo, en la etiqueta no pondrá modificado genéticamente. Se venderá con el beneplácito de las autoridades sanitarias europeas y la bendición del ecologismo político, aunque la nueva planta sea tan natural como cruzar una vaca con un burro.

En la práctica, sin embargo, este nuevo vegetal, que no existía antes, ha tenido que pasar por las mismas pruebas de seguridad alimentaria y ambiental que un alimento transgénico. Tendrá que demostrar que no es peligrosa para quien se la come ni para el entorno de los campos de cultivo. Porque una cosa es jugar con la palabra natural y otra, comérsela. De hecho, tendrá menos garantías sanitarias que cualquier planta de origen transgénico.

Fíjense en un dato. Agrasys tiene derechos de exclusividad comercial sobre esta nueva planta y sus mejoras desde 2006, tiene dos variedades de Tritordeum © registradas y más que tendrá. Como Monsanto y sus semillas. Lo que es legítimo (y natural en una empresa). Hay que felicitar a la empresa por su esfuerzo y su apuesta científica y económica. Felicidades. ¡Ojalá más empresas españolas apostaran por la ciencia! Pero, querido lector, ni se le ocurra decir transgénico. No, por Dios, que esto del Tritordeum © es la mar de natural.

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